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En el «Occidente» actual la hipersexualización de la sociedad y la forma de abordar el tema sexual, lejos de ser un elemento secundario, aislado o carente de importancia, se ha convertido en un síntoma de decadencia civilizatoria mucho más amplia. Las transformaciones asociadas a la conceptuación del sexo, de las relaciones implícitas con el mismo, con las costumbres y hábitos sexuales, más allá de la expresión de libertad individual que se le ha querido otorgar, constituyen en realidad una desviación patológica, una deformación nihilista del eros humano que refleja el colapso de la llamada «civilización occidental», ese constructo ideológico que desde 1945 en adelante ha moldeado conciencias y costumbres sobre una Europa sojuzgada al imperio del «american way of life».

Con relativa frecuencia escuchamos hablar de la importancia que tiene una actitud positiva ante la vida, de las cualidades casi milagrosas que se derivan de un optimismo permanente ante cualquier acción acometida. Pero como dice en su libro Barbara Ehrenreich, Sonríe o muere: La trampa del pensamiento positivo, la cuestión va más allá de una mera actitud personal o de una herramienta terapéutica inocente, sino que tras la promoción de esta actitud encontramos una ideología con sus prolongaciones en los ámbitos sociales, económicos, políticos y culturales. Ya no se trata de algo que puedes elegir voluntariamente, sino que es parte de un discurso normativo que configura subjetividades, encubre desigualdades y reprime la crítica reforzando el orden establecido. ¿Quién no ha escuchado hablar en los últimos años de la importancia de ser «resiliente»? De mostrarse positivo y optimista aunque la ruina y la miseria reine por doquier. Lejos de ser el motor de un ficticio progreso individual y colectivo, es una forma de incentivar el conformismo y la domesticación emocional.

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