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René Guénon |
René Guénon —como ocurriría en lo sucesivo con el resto de pensadores que nutrieron las corrientes de la Tradición Perenne— siempre se opuso a ser considerado como un filósofo, todo ello pese a haber sido profesor de filosofía en un liceo, debido exclusivamente a la orientación ideológica y adhesión al pensamiento moderno que comprende tal calificación. El filósofo es una especie de prestidigitador de las ideas, las cuales confronta entre sí generando un conocimiento de base netamente especulativa, ya que la filosofía al fin y al cabo es una ciencia moderna y occidental, nacida de una base discursiva e inmanente que ignora los designios de lo alto, de un horizonte trascendente que obvia deliberadamente para tomar como referencia el conocimiento exclusivamente humano. La Tradición no toma como base juicios de valor ni se somete a elucubraciones dialécticas, sino que tiene como referente permanente el principio de la intelección, en la base de la omnisciencia divina, en un conocimiento de lo universal, inmutable y eterno. Asimismo, esta consideración, que va más allá del dogma, un concepto más propio de las corrientes exotéricas, especialmente de las religiones mosaicas, no no tiene absolutamente nada que ver con el principio metafísico al que hemos hecho referencia.
Dentro de este contexto, el papel de las ideologías, que tanta trascendencia han jugado en la era moderna desde la revolución francesa hasta nuestros días, no tiene una consideración diferente. En la base de las grandes teorías políticas de la modernidad también encontramos los mismos elementos discursivos y de disgregación, acompañados de un principio teológico, ya sea el «progreso» o «la sociedad comunista sin clases», que han avocado al hombre moderno a visiones desequilibradas y pseudoreligiosas las cuales, como la religión natural que preconizaban los filósofos ilustrados del siglo XVIII, son sucedáneos de ínfima calidad que no hacen sino incentivar esos procesos disolutivos que mencionábamos más arriba.