A mediados del pasado mes de octubre, aprovechando que teníamos unos días libres y que celebrábamos el segundo aniversario de Hipérbola Janus, decidimos organizar una pequeña escapada al Pirineo Oscense para disfrutar de los paisajes y la gastronomía de la zona, formarnos un poco más a nivel técnico para el desarrollo de nuestra actividad editorial y, a la vez, tener un breve «retiro espiritual».
De hecho, los días que estuvimos por allí dieron mucho de sí y surgieron una serie de diálogos interesantísimos entre nosotros, los cuales hubieran sido bastante dignos de compartir con vosotros de haberlos grabado... Cabe decir también que lo informal de la situación nos hacía saltar de un tema a otro y que muchas de estas conversaciones duraban horas, así que creo que tampoco echaréis de menos unas grabaciones tan largas y dispersas.
Durante nuestro particular retiro pirenaico aprovechamos para terminar de darle el formato de libro a nuestra obra de Attilio Mordini: «El católico gibelino», una obra muy apropiada para las circunstancias mentales y psicológicas que concurrían en esos momentos. Un autor que, como nosotros, fundamentó sus ideas y desarrolló su obra desde la incesante búsqueda de las fuentes primordiales, tomando la pureza y el sentido de jerarquía en cualquiera de sus reflexiones como piedra angular. No en vano, su vocación cristiana era una forma de combate y redención personal, no solamente contra el mundo moderno en esa vertiente oscura y desfiguradora a la que nos remitiremos en los próximos párrafos, sino como la confirmación de un plan divino preestablecido y ejecutado en el devenir de los siglos. El mismo estado de misticismo y éxtasis en el que nuestro autor florentino escribió gran parte de su obra, como otros de sus contemporáneos —recordemos al padre Pío— parecía invadirnos entre las cumbres, sumergiéndonos en un estado mental muy peculiar.