Hemos creído oportuno que en esta ocasión lo más adecuado era reseñar una obra
como 1984, a la que podríamos considerar la novela distópica de ciencia
ficción por antonomasia, la obra más arquetípica respecto a este género que
cuenta con ilustres y no menos conocidos títulos en su haber. Y decimos que
ahora era el momento de reseñar tal libro porque aquello que nos narra a lo
largo de sus casi 300 páginas tiene unos paralelismos cada vez más asombrosos
e inquietantes con lo que estamos viviendo a día de hoy, ya en plena distopía,
que ya no es tal, sino que es una realidad que transforma nuestras vidas y nos
genera incertidumbre, además de modo dramático, con cada día que pasa. Nos
referimos, claro está, a toda
la farsa del covid19, que algunos han rebautizado, no sin razón, como «covid1984».
No vamos a entrar en consideración respecto al contexto del autor y de la
obra, dado que lo esencial y lo sustancial lo encontramos en la narración y el
contenido de la propia novela. Sin embargo, referiremos brevemente que la
fecha de publicación fue 1949, tras la Segunda Guerra Mundial y en pleno
escenario de Guerra Fría, con los dos bloques geopolíticos que dominaron el
mundo en una pugna continua (al menos aparente) durante casi medio siglo. La
amenaza no ya de una guerra nuclear y de aniquilación pesaba sobre las
conciencias de las gentes de aquella generación, y la experiencia del
comunismo soviético bajo el poder autocrático de Stalin sirvió de inspiración
a Orwell, que hace referencia a la propaganda del régimen del Gran Hermano, en
la ficticia Oceanía, respecto a un pasado capitalista anterior a la revolución
basada en la esclavitud y servidumbre por parte de los obreros al tiempo que
presumen haber elevado el nivel de vida de sus ciudadanos mediante imbricadas
técnicas de manipulación y falseamiento del pasado que iremos viendo a lo
largo de la reseña. En cualquier caso, el escenario donde transcurre la novela
es Londres, y pretendía, de algún modo, imaginar cómo sería la vida en Reino
Unido bajo un régimen totalitario de inspiración soviética.
La historia que nos cuenta la novela se desarrolla, como decíamos, en un
Londres distópico del año 1984, y el personaje principal es Winston Smith, de
39 años, que trabaja en el llamado Ministerio de la Verdad, es un funcionario
del Partido Exterior. Su tarea consiste en cambiar la realidad de los
acontecimientos pasados y hacerla cuadrar con aquella deseada por el Partido,
cuyo poder es omnipresente y omnipotente, y con la facultad de alterar el
pasado y cambiarlo a voluntad. Smith es un hombre gris y triste, con una vida
solitaria y marcado por los recuerdos turbios de una infancia mutilada, por la
pérdida de su madre y su hermana en una época indeterminada de la cual solo
recuerda retazos y que le hace sentir culpable. Desde las primeras páginas
podemos constatar la presencia asfixiante del Gran Hermano, que es la figura
de autoridad que impera en todas partes, con enormes carteles presididos por
su rostro bajo la frase nada tranquilizadora:
«El Gran Hermano te vigila». Esta vigilancia extrema conlleva la presencia de pantallas y micrófonos que
invade la propia privacidad de los miembros del Partido, que deben controlar
sus impulsos, gestos y movimientos para no delatar sospechas, como también
deben cuidarse mucho de hacer afirmaciones inconvenientes o en el trato e
interacción con otros individuos, que trata de ser limitada por la acción del
Partido y su ideología oficial, el Ingsoc. Igualmente mostrar sentimientos,
emociones, amor, deseo o cualquier otro tipo de afectividad está
terminantemente prohibido bajo la amenaza de trabajos en campos forzados o la
muerte. Por otro lado tampoco hay leyes, lo que delata nuevamente un poder
tiránico, opresivo y totalmente arbitrario. Los habitantes de Oceanía, que es
el súper-estado imaginario en el que se ubica Londres, están obligados a
entregarse plenamente a los actos de fervor y adoración absoluta al Gran
Hermano y al Partido, a las manifestaciones con motivo de una guerra de la que
se desconoce casi todo y que Oceanía libra contra Eurasia o Asia Central
indistintamente, en lo que son las otras dos superpotencias mundiales en las
que se divide el mundo imaginado por Orwell.
Winston Smith trata de contrarrestar el hastío que le suscita su vida y la
animadversión secreta que siente hacia el Partido y el Gran Hermano a través
de un diario, donde va anotando sus pensamientos pese a que sabe que incurre
en un delito del pensamiento que puede costarle la vida. Porque la Policía del
Pensamiento vigila permanentemente a la población y elimina físicamente a los
disidentes sin dejar rastro de su existencia, existe un término en neolengua
para referirse a ello: vaporización. El hecho de su rebeldía interior
entra en contraste con su tarea como funcionario en el Ministerio de la
Verdad, como parte de un equipo de personas encargadas de reinventar el pasado
y cambiar los registros en virtud de las demandas del Partido. En ese sentido
incluso se habla de Smith como un esforzado y talentoso trabajador en
susodicha tarea, en una curiosa paradoja que forma parte de la propia lógica
del sistema y del llamado doblepensar, que expondremos más adelante. En
este contexto, hay dos personajes que llaman la atención de Smith, y que serán
decisivos en el propio destino del protagonista. Se trata, en primer lugar, de
una chica joven y atractiva cuyo nombre es Julia, que es funcionaria y trabaja
en el departamento de la novela desempeñando un trabajo manual. Tras cruzarse
en un pasillo, y resbalar ella, ésta le pasa de modo furtivo un papel con un
mensaje a Smith cuando va a socorrerla, en el que se puede leer: «Te quiero»,
y que supone el comienzo de un romance amoroso al margen de las normas y un
peligro constante que ellos mismos reconocen que terminará trágicamente, pero
juran no traicionarse el uno al otro cuando sean apresados por la Policía del
Pensamiento. Encontrarán su refugio en una pequeña, sucia y desvencijada
habitación en el barrio de los proles, donde tendrán sus encuentros íntimos,
alquilada al señor Charrington, un supuesto anciano viudo que vende
antigüedades, que finalmente resulta un policía del pensamiento. El otro
personaje que suscita el interés y las simpatías de Smith es O'Brien, un
funcionario del Partido Interior, de la propia jerarquía del régimen, que un
día lo cita en su casa con la excusa de entregarle la última edición de un
diccionario de neolengua que están editando. Smith acudirá a la cita con
Julia, y O'Brien le hará creer que es un disidente y que quiere acabar con el
sistema y forma parte de la Hermandad, un grupo clandestino dirigido
secretamente por un tal Goldstein, enemigo reconocido de Oceanía. Allí le
entrega un libro a Smith que todo rebelde debía leer, y donde, en teoría,
cuenta la realidad del régimen y la necesidad de combatirlo.
O'Brien termina tendiéndole una trampa en la que Smith cae por completo, ya
que él es un hombre fuerte del Partido, y tras la detención de Smith y Julia
confesará que llevaba 7 años vigilándole, y que conocía todo acerca de él y de
sus pensamientos. Previamente la pareja confesó que estaba dispuesta a hacer
todo lo necesario para hacer caer el régimen y al Gran Hermano, menos
traicionarse uno al otro. Tras ser detenidos ambos son separados, y Smith es
trasladado al Ministerio del Amor, donde es objeto de las torturas y
humillaciones físicas y psicológicas más abominables. Las sesiones de torturas
se alternan con interrogatorios en los que Smith termina confesando su culpa y
delatando a todos sus compinches, a los reales e imaginados. Sin embargo, esto
no es lo que realmente interesa al Partido, como le revela O'Brien a Smith
mientras le aplica descargas eléctricas sobre una camilla en la que nuestro
protagonista permanece inmovilizado, sino que hay otro propósito más oscuro y
siniestro que revela la lógica más profunda del sistema: no importan los
delitos que Smith pueda haber cometido y confesado, sino que lo relevante es
el pensamiento, el control del pensamiento como parte de un dominio absoluto y
total del hombre, que debe quedar sometido por completo a los designios del
Partido.
Lo importante es el poder, como bien apunta O'Brien, el ejercicio del poder
con una intención puramente finalista, capaz de imponerse sobre los sujetos
individuales, de moldearlos a su voluntad, de hacerles creer todo aquello que
desee en cualquier momento, y que éste acepte merced a su propia voluntad
adherirse a esas mentiras y tomarlas como verdaderas. El hombre es un ser
débil y cobarde, incapaz de dirigirse al margen del Partido y la guía del Gran
Hermano, cuyo bienestar no importa lo más mínimo. No en vano, una de las
consignas del Partido es «La libertad es esclavitud». Al final, la voluntad
del protagonista quedará totalmente quebrantada, y su fidelidad a Julia
terminará por romperse en el último momento, cuando en la temible «habitación
101», temida por todos los presos del régimen, se enfrente a la posibilidad de
que su cara sea devorada por ratas hambrientas, cuando grita desesperado que
prefiere que sometan a esa tortura a Julia y no a él, para salvarse. Una vez
conquistada su mente, y habiendo renegado a sus fidelidades más profundas,
Smith y Julia son liberados, y dejan de interesar a la Policía del
Pensamiento. Todavía tendrán un último encuentro, ya demacrados por las
torturas y destruidos en lo psicológico y espiritual, y serán incapaces de
recuperar el romance que los unió años atrás, y una vez extirpado el deseo
sólo quedará la indiferencia. Finalmente Smith es ejecutado, que era el
destino anunciado desde su detención, totalmente anulado y rendido. Murió
«amando al Gran Hermano».
Y es que en la lógica demencial que dirige este régimen, cada vez menos
distópico, no es suficiente con la obediencia ciega de los individuos, es
necesario provocar dolor, sufrimiento y humillación en ellos, destruirlos
hasta vaciarlos, arruinarlos moral y espiritualmente para volver a llenarlos
con las consignas y normas deshumanizadas del Partido, hacia el cual deben
encauzar toda su vida y sus energías. En sus discursos O'Brien habla de
arrancar a los hijos de los brazos de sus madres, reducir la procreación a una
mera formalidad o destruir todos los placeres.
Todas estas cosas nos recuerdan a muchas de las ingenierías sociales que
vienen siendo promovidas en las últimas décadas por el propio sistema y sus
lobbies. Nos referimos a las ideologías de género, por ejemplo, bajo la
idea de que todas aquellas cuestiones que forman parte de la identidad
individual y colectiva, tanto a nivel social como biológico son construcciones
artificiales. A partir de esta idea se vienen justificando y transformando
realidades tan elementales y básicas como la existencia de dos sexos
biológicos, o la negación de tradiciones arraigadas o la destrucción del
propio concepto de Familia entre otras muchas cosas. Por otro lado, lo de
arrancar a los hijos de los brazos de las madres, lo afirmó hace unos meses
una ministra, cuando
dijo que «los niños no pertenecen a los padres»
o el ataque a la potestad de los padres sobre los hijos que se viene haciendo
desde distintos organismos además del propio Estado.
Todavía debemos plantear dos cuestiones esenciales que conforman la distopía
que representa 1984, y que cuenta con innumerables paralelismos con el
presente:
-Por un lado tenemos el concepto del doblepensar al que aludimos con
anterioridad y que supone uno de los pilares ideológicos fundamentales del
Partido. Este concepto consistía, básicamente, en sostener dos opiniones o
posturas contradictorias simultáneamente. Recordemos que el cometido del
protagonista era la alteración del pasado, y que para desempeñar susodicha
tarea debía conocer los hechos previos que iban a ser cambiados, y por lo
tanto sería consciente de que estaba alterando la realidad. Él, como miembro
del Partido, debía creer en la versión antigua y desechada en un momento dado,
pero al cambiarla debía interiorizar que la nueva versión del mismo hecho era
cierta y real. Sería un engaño consciente que no debía moverse en el plano de
lo aparente, sino convertirse en un automatismo e integrarse en la mente y el
pensamiento de cada miembro del Partido y en el conjunto de la población. A
través de este engaño se lograba congelar la historia en un eterno presente,
con un pasado difuso y al mismo tiempo tenía la capacidad de desfigurar la
memoria y anular los recuerdos.
Nos resulta inevitable establecer una analogía con el presente, especialmente
en estos tiempos en los que el régimen dictatorial que tenemos actualmente en
España y otros muchos países somete a la población a través de mentiras y
alteraciones constantes de la realidad. En eso que llaman eufemísticamente la
«Nueva Normalidad» tenemos innumerables ejemplos de doblepensar a
través de «recomendaciones sanitarias» que varían sosteniendo una cosa y la
contraria en un breve espacio de tiempo, la ruina organizada e injustificada
de la economía o la famosa «Agenda 2030», que parece ser la hoja de ruta que
conduce a nuestra esclavitud, muchas veces mencionada pero de forma abstracta
y sin concretar nada. Por otro lado, la distopía que vivimos nos lleva también
a otro concepto expuesto en 1984, se trata del crimental, que son los
pensamientos que no se ciñen a la norma establecida y son susceptibles de ser
perseguidos. En la actualidad los crímenes de pensamiento los cometen aquellos
que son calificados de «negacionistas», que son los que ponen en duda el
discurso oficial a través de las evidentes, cuando no flagrantes,
contradicciones que existen a todos los niveles de la llamada «pandemia».
Éstos son objeto de desprecio, burlas e incluso insultos reiterados en los
mass media, y estigmatizados como poco menos que enfermos mentales,
como el propio Winston Smith en la novela, cuando O'Brien, en medio de sus
torturas e interrogatorios lo trata de «mente enferma» por no aceptar la
«verdad» del Partido. De hecho el «negacionista» casi tiene peor reputación
estos días que el asesino o el violador, y la propia masa movida por el miedo
y la ignorancia pide que sean perseguidos y ajusticiados. El pensamiento
crítico se ha convertido en delito punible, de momento cuando es expresado, y
no sabemos si idearan algún método para introducirse en nuestras mentes y
escudriñar en nuestras conciencias y reeducarnos bajo los principios del Nuevo
Orden Mundial. Como reza el conocido dicho, la realidad terminará por superar
a la ficción.
-El segundo elemento, y al cual ya hemos aludido en el punto anterior, es
la neolengua, que es otro de los pilares esenciales del Partido, y que está destinado a
transformar la mente del ser humano para reeducarlo merced a una pedagogía
perversa. En la novela hay un personaje que trabaja con el protagonista, Syme,
que explica perfectamente en qué consiste la neolengua y cuales son sus fines.
Lo esencial era someter la lengua con todos sus conceptos, vocablos y matices
a un proceso de simplificación, muchas veces englobando en una sola palabra al
sinónimo y al antónimo o incluso eliminando términos que no se considerasen
adecuados. Era una compleja obra de ingeniería lingüística y mental de gran
abasto a partir de la cual se buscaba evitar el desarrollo cognitivo, y que el
pensamiento pudiera detectar matices o resolver problemas abstractos mediante
un razonamiento lógico y normal. Era fundamental adecuar el lenguaje, y sus
instrumentos conceptuales, a las necesidades ideológicas del Partido y evitar
pensamientos más elevados, de ahí que también se buscase la prohibición final
de toda forma de conocimiento (arte, literatura etc) que pudiera contribuir a
ello. El tal Syme, que trabajaba en uno de los departamentos del Ministerio de
la Verdad en la elaboración del diccionario de neolengua, y era considerado un
intelectual, se jacta en la novela de que en el 2050 habrían completado su
obra y nadie sabría hablar en el lenguaje utilizado en 1984. Con
anterioridad hemos mencionado el concepto de doblepensar y
crimental, que son parte de la neolengua de uso común por parte del
Partido.
Aquí también podemos establecer paralelismos con el presente, y lo vemos en la
alteración del lenguaje y la adaptación a una neolengua, a través de conceptos
de uso común en el presente, entre los que podríamos incluir a modo de
ejemplo: «perspectiva de género» para adecuar a este discurso ideológico
deshumanizado y globalista la realidad, «flexibilizar el mercado» para
justificar el abaratamiento de los despidos y la inseguridad laboral, u otros
de raíz más oscura y podríamos decir que casi satánicos como «persona
gestante» para referirse a una mujer embarazada o «gestación subrogada» en
referencia al tráfico de niños a través de los vientres de alquiler. Estos son
solo unos ejemplos de los muchos que existen y se utilizan subrepticiamente
para enmascarar realidades muchas veces crueles e inhumanas, o que van en
contra de los intereses de los Pueblos.