Pedro Carlos González Cuevas hace un estudio monográfico de la obra de tres
autores relacionados con el ámbito ideológico de la reacción: Ramiro de
Maeztu, Charles Maurrás y Carl Schmitt. Una de las tesis que el autor
desarrolla a lo largo del libro es que la llamada derecha conservadora
española «no avanzó» según la concepción progresista del propio autor, porque
no hubo una «Reforma» y un consecuente proceso de secularización en el que se
pudieran conciliar las teorías absolutistas con aquellas iusnaturalistas de
raíz católica, de ahí que a lo largo del siglo XIX la presencia del
catolicismo en las teorías políticas de tradición conservadora fuese una
constante. Esta particular circunstancia, propia del devenir histórico
español, fue la que impidió el surgimiento de un radicalismo de derechas
similar al maurrasianismo primero y, posteriormente, al fascismo.
La ausencia de estos procesos secularizadores propios de la modernidad hizo
que el catolicismo se hiciese hegemónico y acaparase todo el protagonismo en
la dotación de esquemas ideológicos, símbolos y mitos a toda esta facción
ideológica hasta llegar a identificar todo este bagaje religioso en clave
católica con la propia identidad nacional. Dentro de esta teoría el hecho de
que el catolicismo se convirtiera de alguna manera en el catalizador de la
nacionalización de las masas y se instrumentalizase en la forja de la
identidad nacional debilitó a la nación en detrimento de la religión. Este fue
el gran error de la derecha, utilizar a la Iglesia como vehículo en la
construcción de la nación moderna empleando a la Iglesia, que sentía una
natural desconfianza hacia el Estado, y que siempre vio en el nacionalismo una
amenaza en la alianza entre el trono y el altar.
Una vez expuesta la tesis fundamental del libro es interesante señalar que
González Cuevas centra el primero de sus estudios en la figura de Ramiro de
Maeztu, al que considera uno de los representantes del nacionalismo español y
la modernización social. En su obra más temprana ya vemos prefigurarse los
elementos clásicos de su pensamiento, a saber, la crítica a los
«nacionalismos» periféricos, el elitismo intelectual o la defensa del ejército
como vehículo de cohesión social y nacional. El primer gran viraje lo
experimentó tras la Primera Guerra Mundial, cuando termina por decantarse por
un nacionalismo contrarrevolucionario de carácter autoritario y católico,
siempre en un contexto de defensa del liberalismo. De hecho Ramiro de Maeztu
se convertiría en el representante más autorizado del conservadurismo español
de corte tradicional tras las filas de Acción Española. La influencia de
Action Française en España fue bastante minoritaria y discontinua,
debido a la originalidad y peculiaridades propiamente españolas del
movimiento, diferentes tendencias estéticas, políticas y filosóficas.
En el caso de las influencias del pensamiento de Carl Schmitt su discurso
trasciende su propia filiación nacional-socialista durante los años 30, y es
que el pensamiento del autor alemán ha suscitado intereses tanto en las
izquierdas como en las derechas. Schmitt fue un pensador bastante heterodoxo
de la derecha, apunta González Cuevas, cuyas ideas no llegaron a cuajar del
todo en la España católica de Franco. De hecho, como apunta nuestro autor,
Schmitt contribuyó a desmitificar muchos de los principios que vertebraban la
derecha tradicional española. Las corrientes laicas dentro del conservadurismo
español han surgido gracias a la aportación de Carl Schmitt en ese
terreno.
Sobre la tesis que acabamos de exponer el autor, González Cuevas, desarrolla
un itinerario intelectual por la vida y obra de los mencionados autores. En el
caso de Ramiro de Maeztu, se podría enmarcar en la crisis de la generación del
98, y sienta las bases de su pensamiento en la crisis de identidad generada a
raíz de la pérdida de los últimos territorios del imperio español. Este hecho,
traumático para la mayor parte de los intelectuales de su generación, también
le hace poner en tela de juicio al propio régimen de la Restauración, su
inoperancia y la aparición de enemigos interiores como los separatismos
periféricos, que comienzan a experimentar un auge importante durante esa
época. En la línea de pensadores como el aragonés Joaquín Costa, Maeztu
propone la modernización económica y el fortalecimiento del tejido industrial
español. Durante su juventud también simpatizó con el socialismo, pero desde
posturas e interpretaciones bastante heterodoxas, fundamentalmente en su
vertiente fáctica de la lucha y los ideales, y bajo el influjo de sus lecturas
nietzscheanas. No obstante, en fechas muy tempranas mostraría una marcada
preocupación por equiparar a España con el resto de las economías europeas,
bajo un capitalismo pujante y dinámico. De Nietzsche tomará, de sus teorías
sobre el superhombre, la necesidad de la proliferación de individualidades
heroicas capaces de ejercer de guías en este impulso económico y social que
España necesitaba. Del positivismo darwinista decimonónico toma la idea de
jerarquía social y exalta las desigualdades naturales de los individuos,
potenciadas en la línea de un perfeccionamiento del individuo.
El pensamiento de Ramiro de Maeztu tiene una base regeneracionista
fundamental, en la que el progreso social y la modernización económica juegan
un papel de primer orden. La comunidad nacional encuentra su particular
catarsis en este contexto, y siempre desde la crítica y la glorificación del
pasado en un camino de autoperfeccionamiento progresivo. Se trata de un
conservadurismo de carácter dinámico, capaz de llevar a cabo una criba de
todas aquellas doctrinas y principios que pudieran considerarse «anacrónicos»
desde la perspectiva de Maeztu. Por ello es partidario de integrar a España en
la perspectiva de una modernidad europea desligándose de todo principio
tradicional que pueda contribuir a cierto «inmovilismo».
Dentro de este mismo plan Maeztu era partidario de terminar con el poder de
las oligarquías tradicionales y de ciertas «rémoras» sociales heredadas de la
España decimonónica. Para ello había que tratar de superar el viciado sistema
de la Restauración, sus corruptelas y tendencias caciquiles así como su
carácter improductivo para fundar una nueva clase aristocrática y productiva
capaz de generar ese impulso dinámico para homologar a España con el resto de
potencias europeas. Bajo estas nuevas perspectivas el catolicismo y su
importancia en
el contexto hispánico
contaba como un obstáculo más, incapaz de contribuir a la cohesión social y
como parte de la nueva identidad comunitaria y nacional que éste postulaba,
especialmente por ese carácter antimoderno y «parasitario». De ahí que Maeztu
alimentase ciertas tendencias anticlericales. Desde este punto de vista, las
tendencias centrífugas representadas por los separatismos periféricos también
perjudicaban el proceso modernizador reivindicado desde las posiciones de un
nacionalismo español renovado y centralizado.
El separatismo, junto a las tendencias anarquistas y socialistas y el propio
catolicismo, representan elementos regresivos en el pensamiento de Maeztu, que
se presentan bajo unos mismos parámetros teológico-escatológicos, como parte
de un subdesarrollo precapitalista. Los partidos políticos también fueron el
blanco de sus críticas, especialmente aquellos dinásticos por ser la máxima
expresión del caciquismo y el fraude electoral, y en los márgenes
extraparlamentarios el movimiento carlista, al que consideraba parte de las
«excrecencias del Antiguo Régimen».
Muchas de las críticas desarrolladas por Ramiro de Maeztu eran bastante
contradictorias, y estaban orientadas hacia la construcción de un modelo
moderno y dinámico en lo económico y conservador y autoritario en lo político.
La fórmula para impulsar todos estos cambios en la sociedad española y
eliminar todos aquellos obstáculos «preburgueses» estaba en la edificación de
un modelo de Estado tecnocrático. No obstante, otra de las críticas de Maeztu
estuvieron dirigidas a la burguesía española, demasiado débil e incapaz de
mostrar un culto al riesgo o al éxito. La solución para superar este bloqueo
era que la burguesía colaborase con los intelectuales en una labor pedagógica
para lograr una actualización en el terreno de las mentalidades y las nuevas
ideas. Un nuevo tipo de enseñanza basado en el culto al valor a través del
cultivo de las cualidades físicas podría, según el autor vasco, generar la
formación de un espíritu nacional. También pretendía introducir cambios en los
hábitos y pensamiento de los españoles a través de la ciencia en un plan de
gran abasto para nacionalizar a las masas, lo cual chocaba con la ineficacia
del propio Estado bajo el mencionado régimen de la Restauración. La literatura
y el arte también eran elementos en la creación de una conciencia nacional que
debía crear estímulos y emociones para la acción. Había que difundir un tipo
de ideales optimistas, vitales y patrióticos entre el español, no había lugar
para el pesimismo.
En el marco internacional lo importante era preservar la independencia de
España frente a Francia o Inglaterra a través de un fuerte proteccionismo
económico. También contemplaba la implantación de políticas natalistas o
incluso una futura integración de Portugal como una región más en un proyecto
en el que España debía de superar sus problemas de invertebración, pobreza y
subdesarrollo para liderar de nuevo toda el área de la antigua América
española.
En el caso de Charles Maurrás representó una figura esencial dentro del
movimiento contrarrevolucionario europeo desde el siglo XIX hasta la Segunda
Guerra Mundial. Es el representante más importante del pensamiento conservador
y nacionalista de corte monárquico del citado periodo, contrario a los
inmortales principios de 1789 y la deriva burguesa y liberal de Francia, a los
que responsabilizaba de las derrotas francesas contra Alemania. De hecho, del
abandono de la democracia liberal y la república dependía el resurgimiento
nacional francés. Maurrás fundó Action Française en 1899 y aglutinó una
militancia de procedencias ideológicas bastante heterogéneas: católicos,
librepensadores, bonapartistas, socialistas, anarquistas etc. El único
monárquico era Maurrás, y trató de acaparar todo el protagonismo dentro de la
organización. De manera que el partido se formó en torno a ideas monárquicas,
hereditarias, antiparlamentarias, tradicionales y de descentralización. Tras
el affaire Dreyfus Maurras creyó en la necesidad de crear un frente que
contrarrestase el poder de las ideas liberales y democráticas. Lo esencial era
impulsar una reforma moral e intelectual de la sociedad francesa apoyándose en
los restos de la aristocracia tradicional. Había una crítica al poder del
dinero, el cual se consideraba opuesto a los intereses de la nación francesa.
El clero católico, el ejército y la aristocracia de sangre eran los
representantes de la Francia eterna frente a esos poderes plutocráticos.
La Action Française se constituyó como un frente revanchista
anti-alemán basado en el culto a la nación francesa. Maurras mantuvo una
relación conflictiva con la iglesia católica por sus escritos despectivos
hacia el Cristianismo durante su juventud y el carácter laico de su proyecto.
No obstante la Gran Guerra fue una gran ocasión para ganar réditos entre la
población francesa dentro del llamado nacionalismo integral, de manera que la
victoria francesa en la Primera Guerra Mundial marcó el apogeo de
Action Française, cuya progresión iría apagándose. De hecho fue la
condena del papa Pío X la que marcó la decadencia del movimiento e influyó
negativamente en muchos de sus seguidores.
Las principales aportaciones de Maurrás fueron haber sido el sintetizador de
las doctrinas tradicionales y conservadoras que fluyeron a lo largo del siglo
XIX bajo la misma voluntad de regeneración nacional que vimos en el caso de
Ramiro de Maeztu. Además, como gran novedad, fue de los primeros en emplear
instrumentos propiamente modernos para la forja de su proyecto político, como,
por ejemplo, dotar de una base científica sus teorías y planteamientos
ideológicos. Su concepción del hombre contemplaba un sentido de la sociedad
bastante estable y concebía la historia en un sentido cíclico, regulada por
grandes arquetipos metahistóricos. A su vez, esta sociedad rígida y
consistente se basaba en un principio de jerarquía nacido del carácter natural
del propio cuerpo social y su sentido orgánico. Asimismo el cuerpo social que
conformaba la nación era el elemento más importante después de la caída del
ideal católico y tras los múltiples procesos secularizadores impulsados
después de la Revolución Francesa.
En cuanto a su pensamiento crítico, hay un elemento trascendental que
recorrerá todas sus diatribas, y que vemos reflejado en el subjetivismo, que
es el fruto de un proceso histórico de triple caída que recorre la Reforma
Protestante, la Revolución Francesa y el Romanticismo como parte de la
experiencia burguesa hacia su concepción de libertad individualista. Como
alternativa a este proceso tenemos el catolicismo, la cultura grecolatina y la
monarquía como grandes cimientos de la nación frente a la democracia liberal,
el parlamentarismo o la burocratización. De la confrontación de estas
antítesis es de donde nace el itinerario político que, tal y como Maurrás
deseaba, debía concluir en la implantación de una monarquía tradicional,
antiliberal y antiparlamentaria en Francia. De hecho su estrategia para lograr
tal fin contemplaba hacer proselitismo de las ideas monárquicas en el ejército
como parte del plan de un golpe de Estado encaminado a la implantación de su
proyecto político.
Hay historiadores que han querido ver en las ideas de Charles Maurrás y
Action Française una forma de protofascismo, aunque el propio político
y pensador francés criticó al fascismo y sentía una fuerte animadversión por
el nacionalsocialismo. Lo cierto es que sus posicionamientos políticos, desde
la defensa de un nacionalismo integral, en síntesis con el sindicalismo
revolucionario soreliano, sí gestaron las formas embrionarias del primer
fascismo, tal y como Zeev Sternhell nos muestra en su brillante ensayo
El nacimiento de la ideología fascista.
En la obra que estamos reseñando aparecen referencias muy específicas acerca
de la recepción del pensamiento maurrasiano en España, sobre las que podemos
destacar una cierta ambivalencia. En principio, con la condena vaticana de la
organización de Maurrás en 1926 prácticamente ningún intelectual español le
defendió. Además se encontró por un sector del pensamiento político y la
intelectualidad española en contra, como ocurrió en el caso de Miguel de
Unamuno, que fue su mayor detractor en tierras ibéricas. Se consideraba a
Maurrás como un pagano y un ateo que instrumentalizaba el catolicismo con
fines políticos. No obstante, si alguna organización recogió el legado
ideológico del político francés fue Acción Española, que vio un modelo apto
para la restauración de una monarquía tradicional y corporativa. También
conviene destacar el posicionamiento del propio Maurrás respecto a España,
apoyando la dictadura de Primo de Rivera y con posterioridad al bando nacional
durante la Guerra Civil. Dentro del fascismo español Ramiro Ledesma fue lector
de Maurrás, y reconoció que siendo prometedoras las ideas de su nacionalismo
integral terminaron por resultar anacrónicas.
Pasando al último autor analizado en la obra, Carl Schmitt, hemos de decir que
su pensamiento goza de bastante actualidad tanto entre las izquierdas como
entre las derechas. Si partimos de su trayectoria biográfica ya nos
encontramos a un Schmitt nacido en un hogar de fuertes convicciones católicas,
lo que hizo que mantuviese unas posturas contrarias tanto al liberalismo como
al marxismo desde épocas muy tempranas. Durante los años de la Primera Guerra
Mundial destacan sus escritos sobre la decadencia, con una fuerte influencia
de los temas finiseculares del inconsciente freudiano, la estética simbolista
o el nihilismo nietzscheano entre otras tendencias. En esos años Schmitt se
alinea con el romanticismo político y critica el subjetivismo moderno.
Tras la Gran Guerra Schmitt comienza a prefigurar su pensamiento en torno a la
idea de la dictadura en pleno contexto de inestabilidad política en la
República de Weimar. Distingue dos modelos de dictadura: la soberana y la
comisaria; mientras que la primera implicaba una transición hacia un nuevo
orden político, la segunda preveía la conservación del sistema vigente. Más
interesante en este sentido resulta su famoso ensayo
Teología política, donde estudia la problemática jurídica de la soberanía y los estados de
excepción. En este opúsculo no expone la vuelta a lo premoderno, se trata de
una versión secularizada.
Lo que propone en este libro Schmitt es que las versiones que manejamos en
nuestros conceptos de lo político son versiones secularizadas de entes
teológicos. Esto supone que el orgullo de los actores de la ilustración por
sus legislaciones asentadas sobre el principio de lo racional reposan sobre un
fondo teológico, sobre todo en el ámbito de lo excepcional, de situación de
excepción en las que se aplica la misma categoría de milagro. Entre los
conceptos metafísicos y teológicos de la época y los políticos del mismo
periodo existe una estrecha semejanza estructural y metódica. En el siglo XVII
trascendía la teología teísta con la Monarquía Absoluta en la se representaba
la trascendencia divina a través de la figura del rey que se extendía al reino
que regía. Dios creó el mundo que después subsiste por sí mismo y sin la
intervención divina. Es lo que posteriormente aparece reflejado en la
monarquía constitucional en la que vemos como el rey es quien reina pero no
gobierna, con lo cual no puede suspender la aplicación de las leyes con su
acción directa. En el siglo XIX triunfa el principio de la inmanencia, que se
traduce en una especie de panteísmo que en lo político supone el triunfo de la
república donde el monarca es el pueblo. Por último tenemos el ateísmo en el
que se niega a Dios y se pone en su lugar a la Humanidad y se corresponde con
el anarquismo.
En la obra de Schmitt predominan las críticas al orden capitalista-liberal,
una defensa del catolicismo frente al poder materialista de la modernidad, que
consideraba opuesta a la iglesia con sus valores humano-espirituales contra el
poder de la materia. El otro punto esencial era la crítica al parlamentarismo
que para él significaba o identificaba con la propaganda y la discusión, este
último concepto
vinculado al parlamentarismo liberal
caracterizado por la lucha de opiniones en la que a través de los argumentos o
razones se trata de convencer al contrario, no por la lucha de intereses. Para
ello sería necesario que los parlamentarios defendiesen al pueblo sin
representar interés o partido político alguno. Lógicamente era algo imposible
desde la constitución de los partidos de masas, grupos empresariales y
sindicatos que tratan de imponer sus intereses a través de coaliciones. La
publicidad es el otro elemento propio del parlamentarismo liberal con el que
se trata de combatir la corrupción política y debilidad del Estado. De esta
manera las decisiones políticas eran tomadas a puerta cerrada por las grandes
empresas capitalistas o coaliciones de partido, como vemos hasta nuestros
días.
No obstante, Carl Schmitt establece importantes matices en la definición de
democracia y parlamentarismo. Mientras que el Parlamento es una institución
liberal y no democrática, la democracia el liberalismo aparece como la defensa
de los derechos individuales frente al Estado. Por otro lado el concepto de
democracia de Schmitt descansa sobre la idea del ius sanguinis, de los
derechos colectivos adquiridos por la pertenencia a un pueblo o comunidad
determinados.
La obra más polémica de Carl Schmitt es
El concepto de lo político, donde teoriza acerca de la idea de amigo y enemigo entendido en términos
públicos, no privados, en el terreno de lo específicamente político, en una
dialéctica de confrontación en la defensa de un modelo de existencia. Esta
situación implica una movilización total contra ese enemigo de la unidad
política en un acto cuya esencia es asimismo política. De modo que se entra en
una espiral de despolitizaciones y neutralizaciones características del
sistema liberal que pretende despolitizar el aparato del Estado y sus
acciones. Hay una crítica general al sistema liberal y la instrumentalización
de las instituciones y del poder desde posturas radicalmente enfrentadas a la
herencia de la Revolución Francesa y la propia modernidad, partiendo de un
modelo bastante relativista en el que se plantea el decisionismo ocasional,
idea muy
vinculada al pensamiento de Donoso Cortés. La crítica al sistema parlamentario y liberal continuará en obras
sucesivas, como
Teoría de la constitución. Su crítica al liberalismo redunda en diferentes aspectos del concepto del
«Estado de derecho» como el producto o la consecuencia de los intereses y
mentalidad burguesa sobre el resto del pueblo, o bien en la idea de la
burguesía que defiende sus intereses, la defensa de la propiedad, y sus
libertades individuales frente a un Estado reducido a la mínima expresión bajo
el llamado «imperio de la ley» o la «división de poderes». Frente a la defensa
de los derechos individuales Schmitt reivindica el derecho que deriva de la
pertenencia a la nación en una propuesta de régimen político que no es
incompatible con la forma democrática, aunque sí con el modelo liberal,
diseñado para los intereses de la facción burguesa. De hecho el propio Schmitt
llegó a apostar por un orden constitucional y plebiscitario sujeto a un Estado
fuerte e intervencionista.
En los años 30 Schmitt se adhirió al nacionalsocialismo, aunque, según
González Cuevas, lo hizo probablemente porque veía en éste una esperanza para
una teórica revolución nacional, y no por convencimiento ideológico. En este
contexto también reflexionó acerca de la naturaleza del nuevo régimen
hitleriano diferenciando tres elementos en su configuración: Estado,
Movimiento y Pueblo. El Estado aparece en este modelo como la parte estática,
el Movimiento como la dinámica y el Pueblo es la consecuencia de las dos
anteriores. Por otro lado, el encaje de las tres partes suponía una
retroalimentación de las mismas, con una autonomía del elemento Pueblo en el
terreno económico, social y municipal a través de asociaciones y
corporaciones. Y por otro lado, también otorgaba una importancia fundamental
al líder carismático, todo el modelo pertrechado sobre un estricto sentido de
jerarquía. Defendió a Hitler durante un tiempo, especialmente después de la
Noche de los cuchillos largos, hasta que finalmente quedó defenestrado y
condenado al ostracismo, momento en el que decidió dedicarse a sus actividades
docentes.
Tras la Segunda Guerra Mundial Schmitt publicó una interesante obra,
El nomos de la tierra en el Derecho de Gentes del «Jus publicum
europaeum», en el que critica el Nuevo Orden Mundial surgido tras la guerra, en el cual
vincula el espacio y la tierra como elementos fundamentales en la
configuración del orden político. La idea del derecho público europeo
Schmittiano se apoya sobre la idea de iusti hosti,
la libertad de los mares y el equilibrio entre la tierra y el mar. Entre 1890-1918 se rompió con ese derecho europeo con la emergencia de
nuevas potencias extraeuropeas como Estados Unidos o Japón. A partir de ese
momento se impuso un Derecho internacional indiferenciado por un vacío
normativismo de normas supuestamente reconocidas. La sociedad de naciones no
otorgó ningún nomos al derecho europeo ya que carecía de los principios
de territorialidad. Además el universalismo suponía que los problemas de
Europa eran resueltos por países no europeos. Destaca el papel de Estados
Unidos que a pesar de no estar presente oficialmente en la Sociedad de
Naciones lo estaba de facto siendo determinante en sus orientaciones.
Respecto a la vinculación entre Schmitt y España habría mucho que decir, y
como quizás nos hemos extendido en exceso, porque el libro y los temas
abordados eran de mucha enjundia, haremos un breve apunte acerca de algún que
otro aspecto. En este sentido son especialmente destacables sus estudios
acerca de la figura del pensador extremeño Donoso Cortés entre 1922 y 1950,
que influyeron en su interpretación decisionista del poder político. Schmitt
conoció personalmente a Eugenio D’Ors, al cual le unió una profunda amistad y
una mutua admiración por sus respectivas obras. La recepción de las ideas de
Schmitt en el escenario político español del periodo de entreguerras fue
bastante positiva en el terreno más académico e intelectual, y desde la Acción
Española de Ramiro de Maeztu se dieron, naturalmente, bastantes críticas hacia
su postura decisionista contraria a la reivindicación de ciertos principios
iusnaturalistas sostenidos por la mencionada organización. El propio Maeztu se
posicionó en su contra empleando contundentes críticas. En la
Revista de Occidente de Ortega y Gasset también se tradujeron varios de
sus artículos durante esa misma época.
En el terreno del fascismo español, mientras que José Antonio ni tan siquiera
menciona a Schmitt, si está presente indirectamente en los escritos de Ramiro
Ledesma, fundador de las JONS, que coincidía en los planteamientos referidos a
la crisis del sistema parlamentario y liberal, el advenimiento de la era de
las masas y de los partidos totales, aunque, ciertamente, tampoco lo menciona
pero si comparte sus planteamientos. En la etapa posterior a la Guerra Civil y
bajo el régimen franquista la obra de Schmitt empieza a ser más conocida en la
España de la época, gracias a exiliados alemanes y a ciertos intelectuales del
régimen como el filósofo del derecho y académico Luis Legaz.