Esta obra fue publicada por René Guénon en 1945, una fecha histórica de gran trascendencia para el desarrollo de la segunda mitad del pasado siglo. Sin lugar a dudas, estamos hablando de un desarrollo de aquellos puntos que ya se esbozaron en La crisis del mundo moderno (1927), de tal manera que si en esta última obra Guénon nos ofrece una panorámica general de la civilización moderna y nos advierte de modo profético sobre el signo descendente de la humanidad de los últimos tiempos, y nos expone de una forma un tanto esquemática algunos de los elementos clave de su pensamiento (el antagonismo Oriente vs Occidente, ciencia sagrada vs ciencia profana o los perniciosos efectos derivados de una civilización que solo conoce la dimensión material), en El reino de la cantidad y los signos de los tiempos nos encontramos con un desglose y desarrollo de estos elementos en su máxima expresión y profundidad. El desorden y el caos característico de este periodo, del Kali-yuga, debe encontrar su lugar en el orden universal. La civilización occidental, como la anomalía que representa en la historia de las civilizaciones, es una consecuencia directa de las condiciones extremas de la edad oscura. Como nos indica parte del título de la obra, «el signo de los tiempos» nos revela que las actuales circunstancias están más allá de la propia voluntad humana y forma parte de la elevación y primacía del mundo de las contingencias. Sin embargo, y como ya hemos señalado, todos los hechos que tienen lugar en el plano humano tienen una legitimación cósmica e histórica en otro plano más elevado.
Esta obra hay que situarla en un contexto histórico muy determinado, y en el que tanto el Guénon ya islamizado y su obra se ubican. Dentro del orbe cristiano de posguerra encontramos las líneas de un nuevo «humanismo cristiano» que se traza claramente a través de la obra de Jacques Maritain bajo la idea de la necesidad de una reforma moral, y en el que se encuentra ya el germen de lo que en los años 60 cristalizará bajo el Concilio Vaticano II y la desconsagración del propio Cristianismo y sus raíces antimodernas, el liberal-capitalismo configura un Nuevo Orden Mundial en Yalta y se refunda en los denominados «derechos humanos» y la ONU como sucesora de la extinta Sociedad de Naciones. En 1945, y ante las consecuencias materiales y humanas de la destrucción de la guerra, René Guénon se alinea con la idea de la necesidad imperante de una transformación espiritual, pero la misma se encuentra más allá del ciclo presente. No obstante, la civilización de la industria, la técnica, el trabajo y la nivelación por el rasero más bajo, es una realidad que trasciende las propias contingencias inmediatas y nos sitúa en un espectro espacio-temporal mucho mayor en lo que se refiere a la historia de la civilización occidental. Nuestra época es definida por el autor francés como «el reino de la cantidad», y se encuentra en relación directa con el ciclo descendente que vive la humanidad, en el que la cualidad deja paso a la cantidad, privada de cualquier forma de distinción. Desde la perspectiva del sistema de analogías guenoniano se trata del punto más bajo de la existencia y que probablemente ya no pueda ser rebasado en lo que constituye una imagen inversa al punto más elevado, como el reflejo de la destrucción absoluta.
En este sentido, urge la transformación radical de nuestro modelo de civilización, y aunque solamente la naturaleza inexorable de los ciclos conseguirá revertir su rumbo, es necesario que una élite intelectual, de hombres espiritualmente cualificados, ponga los cimientos del nuevo mundo que debe venir con el siguiente ciclo. En ningún caso se trata de ninguna obra de rectificación o restauración de la mentalidad moderna occidental y su mundo crepuscular. En este contexto también entra en juego la conocida antítesis entre Oriente y Occidente, entre Mundo Tradicional y Mundo Moderno. A tal respecto Guénon toma muy en cuenta a autores musulmanes como Avicena y Sorahvardî, donde ya se prefiguran muchos de los aspectos de esta antítesis a nivel místico-esotérico.
René Guénon destaca que el individualismo responde a una forma puramente moderna en base a la cual se funda la falsa concepción antropológica de nuestros días, desde una perspectiva meramente cuantitativa. Durante los tres primeros capítulos del libro la cosmología guenoniana está planteada en torno los principios aristotélico-tomistas y vienen completados por los datos proporcionados por las actualizaciones hindúes e islámicas. El proceso que sigue al descenso del centro originario, de la unidad primigenia, nos conduce hacia la multiplicidad y actúa a través de dos polos: es necesario distinguir la unidad del principio de las unidades aritméticas y cuantitativas, las multiplicidades de lo alto de las multiplicidades de lo bajo y aplicar a las dos parejas de conceptos la noción de analogía inversa. En los dos puntos extremos se halla la unidad metafísica que encierra en sí misma las multiplicidades principales y las unidades cuantitativas y aritméticas en las multiplicidades de lo bajo. Aquellas multiplicidades de lo alto se encuentran cualificadas frente a aquellas de lo bajo que son puramente cuantitativas.