Creemos que es un error imperdonable por nuestra parte que hasta el día de hoy, hayamos obviado un nombre tan importante dentro del pensamiento tradicionalista contemporáneo español como el de Antonio Medrano (1946-2022), cuyo reconocimiento hace muchos años que traspasó las fronteras españolas, gozando de especial autoridad en países como Italia, donde la reedición de sus obras ha venido siendo frecuente a lo largo de los últimos años, especialmente por parte de Cinabro Edizioni. Estamos hablando de un autor cuya obra está profundamente influenciada por autores de la Tradición de la talla de René Guénon (1886-1951) y Julius Evola (1898-1974), así como del pensamiento cristiano clásico. Medrano desarrolló un pensamiento que, sin lugar a dudas, buscaba un punto de encuentro entre la sabiduría perenne y la vida moderna, un resquicio de esperanza en un mundo donde lo profano y el número han destruido todo el horizonte trascendente en el que vivieron nuestros ancestros premodernos. No obstante, no se trata de un ejercicio exento de riesgos, y es obvio que no hay lugar a las concesiones ni al nihilismo que impera en nuestros días, y que nos aboca de manera irremediable a un abismo insondable y frente al cual es necesario, al menos como tabla de salvamento en lo inmediato, una guía práctica y una reflexión profunda sobre el mundo de nuestros días.

Antonio Medrano (1946-2022).
Antonio Medrano es el autor de obras como La luz del Tao (1996), La vía de la acción (1998) o La lucha con el dragón (1999) entre otras muchas, que tienen como fundamento y base común una idea omnipresente en el conjunto de su obra: la necesidad de restablecer un orden interior como condición para la restauración del orden exterior. Y en este reclamo, en esta premisa fundamental, su lenguaje es claro y exigente, conjugando el rigor doctrinal con una profunda espiritualidad práctica, orientada a la acción recta y consciente. De tal manera que se impone la necesidad de reivindicar la Tradición, en todas sus dimensiones y la multiplicidad de formas que entraña, como una presencia viva, como una orientación metafísica que debe actualizarse en el actuar cotidiano y exige una tensión espiritual, una disciplina del pensamiento y la voluntad.
¿Tradición y/o nihilismo?
Lecturas y relecturas de «Cabalgar el tigre»
Alessandra Colla, Carlo Terracciano y Omar Vecchio
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 140
ISBN: 978-1710988246
Frente al desorden activista
La vía de la acción (1998) es una de las obras más representativas del autor, donde se plasma perfectamente lo que podríamos concebir como parte de una antropología espiritual, desde la conjunción de los saberes de la tradición, la filosofía práctica y la crítica cultural. Y no se trata, ni mucho menos de ofrecer al lector un manual ético o moral, sino de enseñar cómo la acción muestra mayores posibilidades que las que se circunscriben al mecanismo exterior de la supervivencia, constituyendo una vía privilegiada para la realización espiritual. A priori se trata de la vía del Kshatriya, del guerrero, que Julius Evola tanto reivindicó a lo largo de su obra desde el principio de impersonalidad activa, desde la soledad rocosa e inaccesible de su personalidad aristocrática y solar.
Diorama filosófico
Problemas del espíritu en la Italia de entreguerras 1934-1935
Marco Tarchi
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 420
ISBN: 978-1-961928-11-4
El planteamiento de inicio supone un giro respecto a la modernidad activista, en la que el «hacer» se ha vaciado de sentido, se ha reducido a un movimiento perpetuo que busca resultados inmediatos, a través de la productividad, el mero postureo o la agitación inconsecuente. No obstante, para nuestro autor, Antonio Medrano, esto no es verdadera acción, sino una caricatura, un actuar que carece de enraizamiento en el Ser y que solamente genera violencia, alienación y vacío. No deja de ser una aberración, un desvío y mixtificación del verdadero sentido del actuar, que debe centrarse en la recuperación de la «recta acción», sustentada sobre los instrumentos que nos proporciona la Tradición perenne, el legado sapiencial que atraviesa las grandes religiones y tradiciones espirituales.
Textos para la Tradición en tiempos del oscurecimiento
Artículos publicados entre 2014 y 2019 en hiperbolajanus.com
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 340
ISBN: 978-1711806747
Medrano no nos plantea la cuestión como la decisión entre acciones «buenas» y «malas», su discurso no se encuadra en una moral normativa, más bien se trata de aprender a hacer las cosas de una manera justa, equilibrada y provechosa. Con lo cual no hablamos del contenido de la acción material, sino de su cualidad interior, del espíritu con el que se realizan. Diariamente nos enfrentamos a contrariedades, a situaciones que templan nuestro carácter, que nos generan estrés o nos provocan grandes vaivenes emocionales, y la pregunta es, ¿Cómo enfrentarse a estas vicisitudes que nos ofrece la existencia sin sucumbir? ¿Cómo transformar la adversidad en beneficio propio, generando crecimiento o pertrechándose interiormente, en lo espiritual profundo? Aquí están los efectos más prácticos, más útiles y operativos de la doctrina que nos ofrece Medrano, y que nos remiten explícitamente al Karma-yoga hindú, a la acción desapegada del Bhagavad Gita, que bajo formas diversas encuentra su confirmación en todas las tradiciones ortodoxas. La acción humana (pensada, hablada y ejecutada) es inseparable de la vida y su destino último: configura lo que somos y nos abre o nos cierra la vía hacia la plenitud. Dada su trascendencia en el recorrido vital, la acción no puede abandonarse al azar, ni someterse al frenesí moderno; exige, antes que nada, un principio rector, un orden interior que nos oriente hacia lo verdadero y lo real.

Arjuna, personificación del Kshatriya y el líder de los Panduids, eligió tener a Krishna a su lado, quien luego se convirtió en el auriga (el líder) de su carro de guerra.
El estilo impersonal del autor se advierte desde el inicio, y trascendiendo todo protagonismo, se convierte en el transmisor de un depósito de sabiduría sapiencial que debe servir como bastión de resistencia frente al nihilismo contemporáneo.
La vida y la acción como binomio inseparable
Antonio Medrano nos dice que «Vivir es hacer», un principio fundamental que recorre toda su obra. Más allá de ser una mera fórmula retórica, nos habla de una afirmación ontológica: la vida es acción. No se puede concebir la existencia humana al margen del hacer, de la concatenación de actos que sirven de base para la construcción del entramado de la biografía personal. Para respaldar esta idea Medrano nos remite al contenido del Bhagavad Gita, donde se afirma que el hombre superior es aquel que controla sus sentidos, y que al renunciar a estos y renunciando al apego, se entrega «por amor a la acción misma». En este punto, y en acuerdo con una enseñanza universal, no hay vida sin acción, asimismo la calidad de la vida está determinada por la cualidad de la acción. No se trata ya del hacer sin más, sino de lo que se hace, cómo se hace, y la disposición interior en la que se sustenta susodicha acción constituye el factor decisivo de la existencia.
Medrano nos enseña que la acción no es algo accesorio, ni un complemento secundario dentro del complejo de la existencia humana, sino que se trata de su expresión más directa. Donde no hay vida no hay acción, y donde la acción cesa sobreviene la muerte. Aquí, en esta idea, reside un principio de rebelión contra el error típicamente moderno de que la vida puede «vivirse» como un flujo pasivo de experiencias, sin necesidad de obrar o comprometerse con nada, como un mero vegetar. Además, ni siquiera tras esta ilusión es posible la vida, porque bajo el aparente no-hacer, con la inercia o la pereza, ya son formas de acción, degradadas. De modo que el no-hacer también implica hacer, pues se opta por la inacción, por deshacer la propia vida convirtiendo la existencia en una especie de «morir en vida».
De cualquier modo, el hombre está condenado a la acción, no puede «dejar de hacer nada», por más que lo desee, pues su misma condición y naturaleza profunda le obliga a responder a situaciones, a afrontar problemas y tomar decisiones. El hombre puede elegir qué hacer, pero no puede dejar de actuar. Sin embargo, el imperativo de la acción no significa que todas las acciones sean equivalentes, y aquí viene una de las grandes enseñanzas de Antonio Medrano, la vida no es simplemente acción, sino acción cualificada. La acción puede ser correcta o incorrecta, justa o injusta, fecunda o estéril, y la vida se eleva o degrada en función de esta cualidad. De ahí que la vida no se presente como un proyecto terminado, sino que hace a cada hombre responsable de «hacer» su propia vida, de encauzarla y darle una dirección, forma y sentido, siempre determinada por el principio de la acción. En este punto podemos lanzar una crítica sobre la conciencia de gran parte de los hombres contemporáneos, en el presente, que no se preguntan sobre qué tienen que hacer sobre su vida, que son incapaces de abordar su misión y destino, lo cual está directamente relacionado con la ausencia de un horizonte trascendente y una dimensión metafísica del Ser. Viven arrastrados por las rutinas, por las modas y los automatismos, y en ausencia de directrices claras dictadas por esa conexión con la propia interioridad, se ven frustrados, hundidos en la angustia existencial y abocados a formas de nihilismo exasperantes.

Yukio Mishima, una de las figuras más fascinantes del siglo XX, y digno representante de la vía de la acción heroica.
La acción también entraña una complejidad propia, e internamente podemos apreciar el despliegue de una triple dimensión: mental, verbal y física. Y es que la acción no se limita a los actos visibles, también lo que pensamos o decimos forma parte de la acción, y aquí concurren multitud de tradiciones que inciden en la identidad que impera entre idea o pensamiento en relación a la acción, con el Mazdeísmo, con su tríada «buen pensamiento, buena palabra y buen acto», o el Cristianismo, que insiste en la necesidad de obrar rectamente, en pensamiento, palabra y obra, o bien el Budismo, con su insistencia en la acción de cuerpo, voz y mente; o finalmente con la enseñanza hindú sobre la práctica de la no-violencia (ahimsa) sobre esos tres niveles.
No se trata de un paralelismo casual el que consagran los distintos credos religiosos y tradiciones espirituales a la acción verdadera, sino que entienden un sentido integral, en el que se aúnan las diferentes dimensiones que implica la acción, tanto en cuerpo como en mente, así como la expresión de la propia palabra, que es donde se desarrolla, sobre este triple plano, la acción auténtica. Antonio Medrano cita a la propia Santa Catalina de Siena, quien compara al hombre con un árbol cuyas ramas producen pensamientos, palabras y actos como flores, hojas y frutos. Según sea la raíz (si se nutre del amor divino o del amor propio degradado) así serán esas manifestaciones. La metáfora muestra que la acción exterior es inseparable de la interior: lo que hacemos no es otra cosa que la proyección de lo que pensamos y sentimos.
Estas ideas son fundamentales para entender el pensamiento de Medrano en este terreno, concebir la vida activa no como una parte más de la existencia, ni como un elemento reducido a pura exterioridad, sino que representa una totalidad con la capacidad de transformar y, diríamos más, de transfigurar (con todas las connotaciones espirituales y simbólicas que entraña el término) la existencia en su conjunto, como un ejercicio de rectitud, justicia y sentido de objetividad. De tal modo, nos queda claras dos formas que representan una realidad antitética frente a la propuesta de Medrano, y que representan dos desviaciones complementarias: el quietismo pasivo que pretende escapar del mundo y a la acción, y el activismo moderno, que exalta el hacer caótico, concebido sin orientación ni sentido. Frente a ambas posturas la acción es una vía superior que construye el destino humano y lo encuadra en el orden del Ser y la Verdad.
¿Qué es el esoterismo?
Entre verdades y falsificaciones
Bruno Bérard y Aldo La Fata
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 210
ISBN: 978-1-961928-22-0
Acción y felicidad
Para Medrano, «Vivir es hacer», pero la acción no solo representa ese principio inseparable de la vida, sino que también es una condición de la felicidad. De tal manera, que la vida humana alcanza su plenitud, su paz y dicha sólo en la medida en la que el hombre actúa con rectitud. No obstante, no debemos ver en esta idea un matiz moralista o utilitario, porque no se trata de reivindicar la «buena acción» en nombre del propio provecho o de una moral burguesa degradada, sino que es una afirmación de alcance ontológico, lo cual representa que la felicidad no es un añadido externo, sino el fruto intrínseco de la acción justa. No hay felicidad sin acción recta porque la vida feliz se identifica con el obrar virtuoso.
La vida, tal y como nos recuerda Medrano, es una «constelación de hechos y actividades», en la que lo decisivo es aprender a orientarse, otorgar unidad y sentido a lo que se hace. Aquí se debe insistir en la importancia de la educación ligada a un principio interior, al espíritu activo que transforma la existencia, y al servicio de la aplicación a los principios de la acción justa, la vida gana en profundidad, intensidad y densidad. En un mundo moderno —o más bien posmoderno— marcado por la proliferación de crisis existenciales, por el nihilismo y la ausencia de un horizonte metafísico y espiritual, Medrano nos ofrece un antídoto, el cual consiste en recuperar la calidad de la acción cotidiana como base de la felicidad.
Ciertamente, éste último no es un argumento original, y se trata, en el fondo, de recuperar la sabiduría de siempre, y por ello nuestro autor cita, entre otros, a Boecio, para quien el bien —identificado con la felicidad— es la recompensa de toda acción reservada a los justos, a quienes obran conforme al orden. En La República de Platón se define la justicia como «hacer cada cual lo suyo», conforme a un principio orgánico que se corresponde con la propia naturaleza y vocación. Se trata de una felicidad que nada tiene que ver con la que propone el iluminismo ilustrado, en un plano individual y material, sino en armonía con la comunidad. De tal modo que la acción justa genera felicidad personal y colectiva. Aristóteles lleva más lejos esta idea, de tal manera que si la vida es actividad, la felicidad debe ser la acción en conformidad con la virtud, un ejercicio activo de las facultades superiores, especialmente de la inteligencia. Paralelamente, Cicerón, en Sobre los deberes, insiste en que la felicidad depende del cumplimiento del deber; hacer lo que se debe hacer es condición para la vida buena y dichosa. Santo Tomás de Aquino sistematiza esta doctrina afirmando que la felicidad (beatitudo) como el fin natural y supremo de la acción humana, que solo se alcanza cuando los actos están ordenados racionalmente hacia el Bien Supremo, que es Dios. Son algunas pinceladas de las enseñanzas que nutren el discurso de Medrano, y que suponen una rearticulación de una enseñanza universal.

La conexión con lo alto pasa, necesariamente, por el vínculo orgánico y profundo con la montaña.
No hay separación entre el fin y el medio, de modo que la recta acción es, intrínsecamente, la felicidad misma, y por tanto contiene la propia recompensa. Desde los referentes de la tradición occidental, del cristianismo y la tradición clásica, pasando por las tradiciones orientales, como el yoga o el budismo, encontramos un mismo patrón, un mismo principio, que tiene en cuenta la acción justa, desapegada y consciente. Un impulso vertical que busca la realización de las más elevadas posibilidades del ser humano, algo que liga al hombre a su interioridad mediante la acción, en un contexto que, para el moderno, donde domina la obsesión por los «derechos» y el hedonismo irresponsable, desde la pasividad absoluta y la incapacidad manifiesta de asumir responsabilidades. El moderno considera la felicidad desde el espejismo del placer inmediato, la satisfacción de deseos o la acumulación de bienes. Esta actitud conduce inevitablemente a la frustración y el vacío.
El activismo moderno: caricatura y corrupción de la acción
El activismo, como rasgo característico de nuestros tiempos, nos proporciona una radiografía de la civilización moderna, en la cual se concibe la acción como buena, como positiva, en tanto que es acción, sin más, ignorando la naturaleza profunda de la misma o los elementos que la motivan y la vertebran. Aquí es donde Medrano nos ofrece una visión negativa de la acción, que lejos de ennoblecer a quien la emprende, suscita su degradación, le sume en el vacío y le arrastra hacia el caos. Es lo que él llama «activismo».
Por ese motivo debemos diferenciar «acción» de «activismo», ya que la primera está enraizada en el ser y su realización se desarrolla desde el desapego, el orden, la serenidad y la orientación hacia lo Alto. En cambio, el activismo, es «hacer sin ser», movimiento sin fundamento, frenesí sin dirección. El hombre activista actúa arrastrado por un torbellino de impulsos, modas, intereses o ambiciones egoicas. El activismo, al carecer de ese centro y de ese vínculo superior, se convierte en un fin en sí mismo, en un sucedáneo del ser, un agitarse vano que termina convirtiéndose en una caricatura de la «acción» propiamente dicha en su sentido eminente y superior.
Este hombre moderno profesa un gran fanatismo por la actividad, convencido de que todo movimiento es bueno, y ocupar el tiempo con muchas actividades (viajar, consumir etc) o desde la idolatría a la velocidad, la productividad o la eficiencia, supone tratar con valores considerados absolutos. Es una hiperactividad sin rumbo, en la que se presta culto al mero actuar, de modo que todo desemboca en un empobrecimiento interior, desde la actividad exterior cuantificable, olvidando dimensiones interiores, contemplativas y espirituales. El activismo mutila al hombre, reduciéndolo a un engranaje de producción y movimiento.
Este activismo comprende muchas variantes, que van desde el ámbito productivo-económico al político-ideológico, y en este último el hombre se consume en militancias frenéticas, en agitaciones partidistas y revolucionarias, sin cultivar el interior ni buscar el equilibrio. Hay otras formas de activismo, sobre las cuales no podemos entrar por falta de espacio, y que producen lo que Medrano concibe como el «descentramiento rajásico», que en la tradición hindú nos remite al principio de agitación y al dinamismo pasional, que supone vivir dominado por una energía desbordante, sin equilibrio (sattva) ni reposo (tamas), arrastrado por un vértigo que descentra el ser profundo. Relacionado con ello tenemos el mito del hombre fáustico, que ansía conquistar el mundo con su voluntad, sin aceptar límites ni medida. El voluntarismo y el vitalismo moderno también encarnan formas de activismo fáustico, que llevan al hombre a su propia perdición. En el fondo estamos ante la figura del hombre fugaz del que nos habla Julius Evola como antítesis extrema del tipo humano tradicional.

El vacío interior es la contrapartida de los desequilibrios generados por el hiperactivismo moderno.
La gravedad de esta desviación y la distorsión de la verdadera naturaleza de la acción es enmarcada por Antonio Medrano bajo la visión tradicional de los ciclos cósmicos, que nos lleva a la modernidad activista de la Edad de Hierro, al Kali-Yuga de la tradición hindú, un tiempo de degradación absoluta, que delata que el error que supone el activismo, más que responsabilidad del individuo, es fruto del signo de los tiempos.
La agresividad, las prisas o la obsesión con los cambios, la técnica y las máquinas, la propia tecnología, lejos de servir al hombre, lo precipitan en un ritmo infrahumano que desarraiga su ser y naturaleza, y reducen al hombre a la parodia de un niño hiperactivo, incapaz de controlarse y mantenerse quieto, y lo precipitan a una carrera infernal hacia la nada. De ahí todos los problemas y crisis existenciales que asolan al hombre moderno, presa del aislamiento, la incomunicación, la masificación, el culto a las ideologías, el dinero, la política o la producción y el consumo no hacen sino acelerar la marcha hacia la barbarie pseudohumanista, la confusión y la incertidumbre.
La acción como camino de perfección
Dentro de la concepción de Medrano de la acción como camino de perfección espiritual, el ser se moldea a través de la acción, y bajo los augurios del karma-yoga, el obrar cotidiano se convierte en vía de liberación, siempre que se realice sin apego y con orientación hacia lo alto.
Medrano dedica varias páginas de su ensayo a caracterizar la acción recta, cuyos rasgos pueden sintetizarse de la siguiente manera:
- Serenidad: la acción recta nace de la calma interior, y se actúa desde un centro de paz, sin precipitación.
- Medida: en oposición al frenesí ilimitado del activismo, la acción recta se rige por la mesura. El hombre justo sabe cuándo actuar y cuándo abstenerse, cuándo hacer y hasta dónde llegar.
- Desapego: la acción recta no busca la recompensa inmediata ni el éxito exterior. Se realiza por amor al deber, por fidelidad al orden y por obediencia a la verdad.
- Orientación hacia lo alto: la acción verdadera se dirige siempre a algo superior que trasciende lo puramente material. Aunque se encarne en tareas cotidianas, su espíritu está orientado hacia lo eterno.
- Unidad de vida: al integrar pensamiento, palabra y obra, la acción recta evita toda forma de dispersión. La persona no se divide entre el pensamiento, lo que dice y lo que hace, sino que hay coherencia, y de ahí nace la fuerza interior.
Otro de los puntos fundamentales de la acción, es que ésta no se puede desligar de la contemplación. Toda acción recta nace de un centro interior contemplativo. Es un principio activo de integración que liga ambas dimensiones evitando toda fragmentación. Sin silencio interior, sin contacto con lo real en su verdadera profundidad, la acción se vuelve ciega, dispersa y destructiva. Es necesario que toda acción deba partir de un centro interior conectado con el ser.
Esta acción, como ya hemos dicho, consiste en cumplir con el deber, con la propia vocación y el lugar que corresponde en el cosmos. El deber no se vive como una carga o una condena, sino como expresión de fidelidad al orden y forma de servicio a la comunidad, y por extensión al conjunto del universo. Porque la acción recta tiene un significado cósmico. No obstante, esta característica central no exige gestas extraordinarias, lo importante es la cualidad interior que las anima.

El águila, símbolo solar, regio y espiritual por excelencia en la tradición indoeuropea.
Por eso, la vía de la acción implica un ejercicio de ascesis: aprender a gobernar la mente, el corazón y el cuerpo, al margen de toda improvisación, sino desde un trabajo interior arduo y constante que conduce a la conquista de la libertad. Esta idea nos presenta la acción como disciplina espiritual, que convierte la existencia, incluso en sus manifestaciones más triviales, en un camino de liberación y perfección. Implica una transfiguración del vivir cotidiano en clave trascendente. El hombre espiritual moldea el alma mediante la acción cotidiana, trabajando sobre sí mismo, purificando tendencias inferiores y templando la voluntad. Aquí, evocamos todo un nutrido conjunto de tradiciones que van desde la askesis griega, la disciplina estoica, la tapas hindú o el monacato cristiano. Todas ellas conciben la vida como combate, como eterna milicia, como un ejercicio interior que buscan la integración interior y la elevación espiritual.
Volver a la ascesis
Cristianismo y Tradición
Attilio Mordini
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 188
ISBN: 978-1-961928-34-3
Al modo de la «pequeña» y «gran guerra santa», la acción como disciplina espiritual implica un combate interior, al verdadero y principal enemigo que está dentro de uno mismo: la pereza, la vanidad, la ira, el egoísmo o la dispersión. Cada acto se convierte en ocasión de luchar contra estas tendencias y afirmar la soberanía del espíritu sobre las pasiones. De este horizonte de disciplina nace la integración de lo humano y lo divino, una vía de unión con lo trascendente, por encima de todo perfeccionamiento ético o psicológico. Esto confiere a la acción una dignidad sagrada que, paralelamente, también trasciende toda división entre actos religiosos y actos profanos.
La dimensión heroica de la acción
En consecuencia de todo lo apuntado con anterioridad, especialmente en relación a la disciplina interior que implica la acción, no podemos concebir esta si no como parte de una dimensión heroica. Bajo estas premisas la vida es combate, y el hombre no puede existir si no enfrenta resistencias, pruebas y desafíos, una vida sujeta a las certidumbres y las comodidades, sin esfuerzo, riesgo y compensación es algo ilusorio, y el propio hecho de rehuir el combate interior y exterior condena al sujeto a la mediocridad, porque solo sobre ese plano de la lucha se forja la grandeza y la libertad. La dificultad pertrecha el alma, la fortalece y le da ocasión de superarse, y el hecho de enfrentarse a pruebas y a sufrimientos, lejos de disminuir engrandecen. En este sentido, el sufrimiento entraña un valor pedagógico y redentor. Pero el héroe guerrero que nos dibuja Medrano no es un agitador que desata las fuerzas del caos y la violencia, sino que actúa desde la nobleza, el desapego y la serenidad. Como ya nos enseñan las tradiciones vinculadas a la metafísica extremo-oriental o del monacato cristiano, todo combate exterior es, en realidad, una proyección del combate interior; vencer al enemigo es vencer las propias limitaciones y debilidades internas.
El mundo mágico de los héroes
Cesare della Riviera
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 256
ISBN: 979–8440943667
El espíritu guerrero se encuentra presente en todas las tradiciones. En el Bhagavad Gita, por ejemplo, Arjuna recibe de Krishna la enseñanza de luchar en el campo de batalla sin apego, con ecuanimidad y remitiéndose a un deber sagrado. En el Cristianismo, San Pablo describe la vida como una milicia, mientras que en la tradición islámica, el yihad mayor es el combate interior contra las pasiones.
El falseamiento del Yihad y de la tradición islámica
Solimano Mutti
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2016 |
Páginas: 76
ISBN: 978-1533560544
La acción exige en estos casos valor y sacrificio, pues se enfrentan las propias debilidades, como el miedo, que deben ser superadas. Y en el propio acto de sacrificio no está implícito, ni mucho menos, un principio de aniquilación, sino de entrega voluntaria de lo inferior en lo superior, de lo pasajero a lo eterno. Y en este camino no hay atajos posibles, solo es posible completar este trámite sacrificando placeres y comodidades materiales y mundanas.






