La figura de Meister Eckhart (1260-1328) se ha convertido en uno de los grandes hitos de la mística cristiana occidental, y no solo por la audacia de sus intuiciones espirituales, sino por la forma en la que supo expresarla a través de un lenguaje peculiar, el cual todavía resuena con fuerza en multitud de lectores más de 700 años después de haberse formulado. Son muchas las obras en las que se han sintetizado sus enseñanzas y predicaciones, y quizás los Tratados y sermones traducidos del alemán medio y el latín sean el testimonio que mejor recoge el legado de la obra del autor.
Hay que tener en cuenta una serie de particularidades, y es que los sermones que han llegado hasta nosotros fueron desarrollados en lengua vernácula, y recogidos por oyentes y copistas, y en ocasiones reelaborados con posterioridad. Con lo cual, hay una mediación de la que no podemos sustraernos, y que quizás, en cierta medida, o quizás no, influya en el resultado final de la obra del autor. De todos modos, Eckhart nunca pensó sus sermones como tratados impresos, sino como discursos vivos, orientados a provocar una experiencia directa ante quienes eran pronunciados. Lo mismo puede decirse de sus tratados breves, que no son sino una prolongación de esas prédicas. Con lo cual, nosotros, como lectores de otro tiempo muy posterior, debemos tener en cuenta que la obra no se presenta bajo una unidad sistemática, sino que esta deviene en lo espiritual, en la presencia de una misma intuición que se expresa bajo diferentes formas.
Por otro lado, hay que tener en cuenta la inserción del pensamiento eckhartiano en una dimensión mucho mayor, perfectamente integrada en la tradición mística alemana y europea, que no atiende a las abstracciones propias del pensamiento moderno, y por esa misma razón tampoco obedece a un sistema filosófico como tal, lo cual equivaldría a caer en una caricatura. De ahí que quizás el lector también deba afrontar los escritos del místico alemán con cierto «estado del espíritu» o una adecuación de su interioridad para poder percibir en todo su esplendor e intensidad la riqueza de su mensaje.

Uno de los retratos más reconocidos de Meister Eckhart entre los múltiples existentes.
El nacimiento de Dios en el alma
La idea fundamental en torno a la cual podemos articular el núcleo de los escritos de Eckhart es el «nacimiento de Dios en el alma». Y en este sentido no debemos entender una mera figura retórica, ni una forma de lirismo o una expresión poética y superficial, sino que es la clave para entender la dinámica interior de la vida espiritual. En sus palabras, el alma no solo es capaz de conocer o amar a Dios, sino que es el lugar en el que Dios engendra a su Hijo, el Verbo eterno. Esta afirmación radical subvierte la lógica religiosa tradicional que concebía la unión con Dios como algo siempre mediado por virtudes o méritos acumulados. Para Eckhart, el nacimiento de Dios no sucede, por tanto, sólo en la historia o en la figura de Cristo, sino que se realiza en el interior del hombre, en el corazón de quien se dispone a recibirlo desde el desapego y la apertura total.
Lo que Eckhart enseña es que el alma, en su núcleo más íntimo, posee un «fondo» donde Dios puede nacer, y que está posibilidad no depende de mediaciones externas, sino de un despojamiento interior radical. La metáfora del nacimiento, lejos de ser puramente ornamental, indica el desarrollo de un proceso dinámico: Dios siempre está naciendo en el alma, siempre irrumpiendo de nuevo, siempre naciendo allí donde encuentra el vacío que le corresponde.
Este núcleo doctrinal sirve de columna vertebral y piedra angular para los demás elementos que configuran su pensamiento. El desasimiento, la pobreza espiritual, el silencio interior, la unión sin imágenes, no son sino condiciones para que este nacimiento tenga lugar. Por eso Eckhart insiste en que no se trata de acumular virtudes externas, sino de disponerse interiormente de manera que el Verbo encuentre morada. Se trata de una teología de la inmediatez: la relación con Dios no requiere de intermediarios humanos, rituales repetitivos ni estructuras excesivas, sino que todo responde íntegramente a una disposición interior radical.
Semejante planteamiento espiritual hizo que se despertaran sospechas en la ortodoxia eclesial de su tiempo, dado que parecía minimizar la importancia de los sacramentos, las obras meritorias o la importancia de la disciplina exterior. El problema es que las disposiciones a las que apunta el místico alemán deben leerse no como una negación sino como una subordinación, es decir, que todo lo externo tiene valor en la medida que conduce a esa interioridad radical donde Dios nace. De otro modo, su valor se vuelve estéril, inefectivo.
De este modo, este principio, que permite «el nacimiento de Dios en el alma», es el eje sobre el cual se articulan los sermones, tratados y enseñanzas teológicas: toda la praxis espiritual, la ética y predicación se orienta hacia la posibilidad de que el alma experimente a Dios en su propio ser.
Con lo cual podemos desglosar en tres elementos la dimensión metafísica y teológica de la doctrina eckhartiana:
- El alma como receptáculo del absoluto. Para Eckhart, el alma humana posee una «simiente divina» (gottesfunke), un núcleo interior que no depende de los medios exteriores para su unión con Dios. Esta semilla, cuando se cultiva mediante el desapego y la contemplación, permite que Dios nazca en el alma sin mediaciones externas.
- Dios en sí mismo y en el alma: Eckhart distingue entre Dios como absoluto trascendente y Dios en el alma. Esta distinción no tiene un carácter dualista, sino operativo. Esto nos permite entender cómo el acto de contemplación y unión transforma al sujeto. El nacimiento de Dios en el alma es al mismo tiempo un acto de gracia divina y una respuesta humana de libertad y receptividad.
- Cristo como modelo y principio. El nacimiento de Dios en el alma se refleja en Cristo, quien es para Eckhart el paradigma del Gottesgeburt. De tal manera que el místico no solo contempla a Dios, sino que, a imitación de Cristo, realiza en su interior el nacimiento divino a través de la renuncia del yo y la entrega total al principio trascendente.
Más allá de la metafísica, en el ámbito más experiencial de la dimensión espiritual, hay un proceso dinámico de transformación. El místico alemán insiste en la idea del desapego y el vacío anterior, que son requisitos indispensables para que Dios nazca en el alma implican vaciarse de todo lo que no es Dios. Es decir, hay que despojarse de todo lo que sean deseos egoístas, apegos materiales y de la propia identificación con la individualidad que nos es inherente. A partir de ahí, se abre un vacío que lejos de ser negativo, abre una posibilidad creativa, pues supone la apertura de un espacio en el que la divinidad puede instaurarse plenamente.
El nacimiento de Dios en el alma produce un estado de unión mística en la que el sujeto experimenta la trascendencia frente a la limitación de su individualidad, llegando a una libertad interior absoluta. La experiencia no es estática, y se plantea como un flujo constante entre contemplación, acción ética y transformación del mundo interior.

Heinrich Seuse (1295-1366), fue uno de los principales discípulos de Meister Eckhart. Mientras la mística de su Maestro seguía una línea más intelectual y ontológica, la de Seuse se distinguió por una vertiente más místico-devocional.
Finalmente, y a diferencia de la visión tradicional de la salvación como un proceso externo, Eckhart propone que la salvación se produce en el alma a través de la experiencia directa de Dios. Este desplazamiento del eje externo a lo interno constituye una innovación doctrinal significativa, que destaca la responsabilidad y capacidad humana de cooperar con la gracia.
No obstante, más allá de un plano más metafísico y existencial, también debemos tomar en cuenta una dimensión más «inmanente», si se quiere ver así, que tiene que ver con el plano ético y práctico, puesto que el nacimiento de Dios en el alma tiene implicaciones éticas inmediatas. Quien experimenta este nacimiento vive de manera diferente, sus acciones reflejan desapego, humildad y compasión, ya que reconoce en todo ser la presencia divina. La ética eckhartiana nos propone la experiencia de lo trascendente desde la interioridad más radical, y es desde esa experiencia interior la que guía la vida moral. Y pese a lo que pueda parecer, no se trata de una enseñanza abstracta ni individualista. La experiencia del nacimiento divino se comparte mediante la predicación, que debe despertar en los oyentes la posibilidad de esta unión interior. De ahí que el fundamento de la ética de Meister Eckhart esté en que el conocimiento de Dios debe producir transformación tanto en el predicador como en el oyente.
La filosofía de Giambattista Vico
Emilio Chiocchetti
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 166
ISBN: 978-1-961928-13-8
Paralelamente, para lograr que Dios nazca en el alma se exige un lenguaje paradójico y al mismo tiempo simbólico. De hecho, Eckhart reconoce que la experiencia mística trasciende las palabras, pero emplea el lenguaje simbólico y metafórico para aproximar al oyente a la experiencia. Y lo vemos a través de sentencias del tipo «Dios nace en el alma sin nacer», lo cual expresa la simultaneidad de la trascendencia divina y la inmanencia espiritual. Del mismo modo, las contradicciones aparentes, que se derivan de la idea del vacío pleno, de la muerte para vivir o el desapego activo, no son realmente inconsistentes. Se trata de instrumentos para provocar la reflexión y la disposición interior necesaria para la experiencia mística y permite que quien escucha pueda participar de la tensión creadora del misterio divino.
El mundo mágico de los héroes
Cesare della Riviera
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 256
ISBN: 979–8440943667
El desasimiento (abgeschiedenheit)
El concepto central y que sirve de respaldo a toda la doctrina eckhartiana lo vemos reflejado en el desasimiento (Abgeschiedenheit), un término difícil de traducir por la complejidad y pluralidad de significados que entraña, y que van desde «desprendimiento» y «desapego» a «liberación interior». Y, como ya hemos visto, lejos de representar una huída del mundo bajo un estado ascético negativo, es una condición positiva que hace posible el nacimiento de Dios en el alma.
El desasimiento consiste en vaciarse de toda imagen, apetencia y elemento volitivo individual. En la medida que el alma se vacía de lo creado, queda libre para recibir lo increado. Es un vaciamiento que tampoco implica un desprecio por lo creado, por esa realidad subordinada, material o limitada a lo individual, sino que nos indica un ordenamiento, una jerarquía a su manera, en el que las criaturas son buenas cuando son criaturas de Dios, pero si el alma se aferra a ellas con fines últimos, pierde su orientación hacia lo Uno.
Eckhart llega a afirmar que el desasimiento es incluso superior al amor, en cuanto a que el amor todavía implica relación y afecto, y por tanto una atadura y una forma marcada de apego, mientras que el desasimiento representa la apertura. Para que Dios nazca en el alma con toda su extensión y plenitud no puede encontrar ninguna resistencia ni obstáculo, y este supone uno de los puntos fundamentales de su doctrina que tendrá consecuencias en la tradición mística posterior. En síntesis, el desasimiento es la herramienta que nos permite vaciar el alma para llenarla con la plenitud de Dios, de lo Absoluto. En parte, la paradoja que encierra este principio nos recuerda a las grandes paradojas evangélicas: «Quien pierda su vida la salvará», y al mismo tiempo enlaza con la tradición apofática de Dionisio Areopagita.
Lenguaje místico y paradoja
Dada la distancia temporal que nos separa de la obra de Meister Eckhart, que no solo se limita a la cuestión histórica o al arcaísmo de la lengua alemana medieval, sino que alcanza incluso la propia concepción del lenguaje como instrumento limitado, pero necesario para alcanzar lo inefable, vemos el uso recurrente de la paradoja a lo largo de la exposición de su doctrina. La paradoja que debemos entender como el oxímoron, la frase que se niega a sí misma después de haberse enunciado. Este uso peculiar del lenguaje arranca al oyente de la comodidad intelectual y de las conclusiones fáciles, para ir más allá de las propias palabras y adentrarse en la experiencia interior. Podríamos decir que el lenguaje adquiere un sentido performativo, no tanto para transmitir contenidos ya dados, sino para generar un estado de apertura. Esta lógica la vemos reflejada en la idea de despojarse de las imágenes de Dios para poseer más su presencia en el alma, y que de algún modo nos remiten a los koans del Zen en la medida que rompen con la razón discursiva.
Pero además el lenguaje que nos muestra Eckhart es novedoso dentro de la teología medieval en alemán, forzando las estructuras del lenguaje vernáculo hasta dotarlas de una gran densidad conceptual. En muchas ocasiones sustantiva verbos, convierte adjetivos en sustantivos, y en general juega con la polisemia de las raíces germánicas para evocar realidades interiores. Podría decirse que existe un punto de experimentación lingüística para ofrecer nuevas realidades místico-teológicas. De todos modos, el lenguaje no es más que un medio, el lenguaje debe ser desasido, vaciado, para abrir paso al Misterio, que no deja de ser la materia prima en la que se fundamenta la mística.
La recepción de su doctrina en los medios eclesiásticos oficiales
Hay un episodio crucial en el desarrollo vital de Meister Eckhart, y que influye directamente en la valoración de sus escritos. En 1326 nuestro autor fue denunciado en Colonia por los miembros de la Orden dominica y por las autoridades locales bajo la acusación de sostener propuestas sospechosas. Juan XXII, el papa de la época, condenó varias de esas propuestas en 1329, aunque de manera matizada. Algunas se declararon erróneas en sí mismas o bien «malsonantes» o «peligrosas» si se entendían mal. A raíz de estas condenas, sus sermones circularon en manuscritos aislados, a menudo omitiendo el nombre del autor o con atribuciones dudosas. Durante siglos Eckhart quedó reducido a un recuerdo problemático, apenas citado en los manuales como ejemplo de místico sospechoso.

El cuadro del pintor italiano Agnolo degli Erri (1440–1482) titulado «Dominico predicando», nos ilustrra como podían desarrollarse las prédicas de Meister Eckhart en su época.
Durante los siglos XIX y XX, en plena contemporaneidad, y gracias al romanticismo alemán y a los estudios filológicos modernos, se produjo su rehabilitación intelectual. De tal manera, que a día de hoy Meister Eckhart está considerado como uno de los grandes maestros de la mística universal, comparable a San Juan de la Cruz y a Teresa de Jesús de Ávila, y en diálogo con las tradiciones extremo-orientales como el budismo zen.
Uno de los rasgos más sorprendentes de las doctrinas de Meister Eckhart es su capacidad de moverse entre mundos aparente divergentes: el de la mística experiencial, inmediata, encarnada en el lenguaje vernáculo y la predicación directa por un lado, y por otro la escolástica, con su rigor conceptual, su aparato lógico y su precisión terminológica. De hecho, y no conviene olvidarlo, Meister Eckhart fue doctor y catedrático de teología en la Universidad de París, formado en la tradición dominica bajo las enseñanzas de Santo Tomás de Aquino. Y, de hecho, la impronta escolástica está presente en los escritos del místico alemán, y lo vemos a través de conceptos como sustancia y accidente, acto y potencia o esencia y existencia, aunque muchas veces quede diluido bajo la metáfora. La teología negativa de Dionisio Areopagita, con su insistencia en el camino de la negación hacia lo Uno, también resuena a través de las exhortaciones de desprenderse de toda imagen y representación. Paralelamente, la idea agustiniana del alma como interioridad infinita donde habita la verdad también la encontramos en la doctrina de Eckhart, por lo que no se puede decir que no estuviera integrado en las contribuciones teológicas y espirituales de su época pese a su marcada heterodoxia.
Su originalidad se encuentra en el hecho de que no se limita a repetir estas tradiciones, sino que las reinterpreta desde su experiencia de predicación. Y si el tomismo había hecho una analogía postulándose como el gran puente entre Dios y las criaturas, en el sentido de afirmar que en toda criatura hay un vestigio, un remanente de ser divino, Eckhart va todavía más lejos al destacar que en el alma hay un «fondo sin fondo», una chispa que no es simplemente imagen de Dios, sino participación inmediata de lo divino. Es este principio el que determina el sentido de heterodoxia que marcó el devenir de sus doctrinas en su tiempo. Y es su insistencia en la vía propuesta por Dionisio de Areopagita, una vía negativa, a partir de la cual señala que «Dios no es esto ni aquello», «Dios es nada», lo cual no debe entenderse como negación de su ser, sino como una sobreabundancia que desborda toda categoría, en lo que fue la fuente que originó muchos de los malentendidos y condenas. El término «nada» en Eckhart es una forma extrema de apofasis: allí donde el lenguaje calla, Dios aparece.
Pero no debemos considerar a Meister Eckhart como un simple iluminado o que sus doctrinas son fruto de la casualidad, sino que es un pensador con una formación sólida que supo convertir el aparato conceptual en instrumento para abrir espacio a la experiencia mística. Y, de hecho, el rigor intelectual junto con la audacia espiritual que convergen en su doctrina también contribuyen a explicar la profundidad de sus prédicas y el incremento de las sospechas. Demasiado conceptual para ser un místico popular y demasiado osado como para ser aceptado como un escolástico más.

Una representación medieval del mosaico de la Creación que adorna la cúpula del Baptisterio de San Juan en Florencia (siglo XIII), tal y como lo entendía la escolástica y la mística neoplatónica, desde un orden jerárquico y simbólico particular.
No en vano, la historia de la recepción de las doctrinas de Eckhart está marcada por el conflicto con la autoridad eclesial. Sus enemigos no le acusaron de blasfemar abiertamente, sino de formular proposiciones peligrosas, ambiguas y susceptibles de malas interpretaciones. Tomados literalmente, algunos de sus sermones parecen afirmar que el hombre es idéntico a Dios o que las obras no tienen importancia. Estos pasajes fueron objeto de condena y sirvieron a la Inquisición de Colonia para cebarse con el místico. Durante el proceso judicial, Eckhart se defendió brillantemente alegando que sus palabras habían sido malinterpretadas, y que muchas de sus expresiones eran retóricas, además de reafirmarse en la fe católica. Fue incluso más allá, presentando un escrito en el que mostraba su voluntad a retractarse si se le probaba que sus doctrinas estaban equivocadas.
Apología de la Inquisición
Una revisión crítica de la Inquisición medieval
Jean-Baptiste Guiraud
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 156
ISBN: 978-1-961928-09-1
Meister Eckhart no pudo asistir al final del proceso porque murió en 1328, y no fue hasta 1329 cuando en una bula, In agro dominico, promulgada por Juan XXIII, el místico alemán fue condenado por un buen número de sus proposiciones, que fueron consideradas heréticas en unos casos y sospechosas en otros. Esta condena marcó su destino durante siglos, y condenó a Meister Eckhart al ostracismo, como el ejemplo de un místico excesivo. Pero, como ya hemos apuntado anteriormente, el romanticismo alemán contribuyó a rehabilitar su figura, y terminó integrándolo en el «espíritu germánico». En el siglo XX, filósofos como Martin Heidegger, teólogos como Karl Rahner y místicos como Thomas Merton lo leyeron con gran admiración.
A modo de conclusión: Meister Eckhart frente a Julius Evola
Si tuviéramos que contextualizar las doctrinas eckhartianas en el mundo moderno y actual, podríamos decir, así de entrada, que estas representan una superación de la religiosidad en términos puramente rituales y exotéricos, entendiendo la religión en su vertiente racionalizada, que no produce transformación interior, y que vendría a ser la definición de la forma religiosa en el mundo moderno y secularizado. Reducida a una práctica privada en muchos casos, pero privada de la interioridad y profundidad que requiere el ejercicio místico, privada de la experiencia viva de Dios en el alma que reclama el místico alemán.
La necesidad de una disposición interior, algo que no es común en el mundo actual, sino que obedece a un sentido de élite y jerarquía, a unos atributos que permanecen ausentes de la mayor parte de los mortales (mucho más que en el Medievo, sin duda), nos hablan indirectamente de un espíritu de élite expresado a través de la idea de élite cualificada, y en consecuencia de un orden superior, como parte de un heroísmo interior, místico y sacrificial. Podríamos encontrar perfectamente, y entendiendo las doctrinas de Eckhart como una herramienta de «formación interior» y resistencia y disciplina personal frente al nihilismo moderno, como un reverso de una acción exterior, desde la aristocracia del espíritu, como parte de una minoría cualificada destinada a restaurar un orden tradicional fundado sobre el principio metafísico.
De hecho, podemos apreciar ciertas similitudes, salvando las distancias, entre Meister Eckhart y Julius Evola, en la medida que ambos parte de un mismo principio, y es la certeza de que lo real sólo se sostiene cuando el hombre rompe su dependencia con lo exterior, con aquello que carece de un fundamento metafísico que le sirva de apoyo y sustento. En el caso de Eckhart esta ruptura con la exterioridad se manifiesta a través del abandono de sí, del vaciamiento del alma para que en ella pueda nacer Dios, mientras que en Evola la misma operación se traduce en términos heroicos y ascéticos, es decir, mediante el desapego del hombre frente al devenir, la desidentificación respecto a los impulsos vitales, la disciplina y el dominio interior. Lo que en el teólogo renano se expresa como una vía de unión, en el ario-romano adquiere un significado de liberación y superación de los estados puramente humanos, aunque la estructura de la experiencia es idéntica: el hombre para llegar a ser, para adquirir esa categoría ontológica superior, debe trascender los límites de lo profano.
La «disciplina interior» eckhartiana se traduce en términos evolianos como un principio metapolítico. Allí donde el místico dice que hay que renunciar al yo para que Dios actúe en nosotros, el italiano sostiene que hay que neutralizar al «yo condicionado» para que se manifieste a través de un «yo trascendente» o integral. Y aunque el asceta cristiano y el hombre diferenciado que es capaz de «convertir el veneno en medicina» hablan diferentes lenguajes, ambos suponen la superación de la pasividad, a la expresión de un principio activo liberado de todas las dependencias y subjetividades. Por eso la paradoja que encierra la «pobreza del espíritu de Eckhart» y la «indiferencia activa» de Evola son expresiones de una misma técnica, de un mismo centro inmóvil, de la centralidad y el dominio del Ser.
¿Tradición y/o nihilismo?
Lecturas y relecturas de «Cabalgar el tigre»
Alessandra Colla, Carlo Terracciano y Omar Vecchio
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 140
ISBN: 978-1710988246
En ambos casos se trata de combatir de dispersión del sujeto en lo múltiple, y lo vemos con la voluntad de Meister Eckhart de conducir todas las potencias del alma a la quietud, y de ahí el significado último del «vaciamiento»; por su parte, Julius Evola lo fundamental es reconducir todas las fuerzas vitales hacia un eje interior que permita la expresión de un dominio impersonal y la acción soberana. En ambos casos, y por diferentes vías (la teología mística y la metafísica de la acción respectivamente), el fin último es la transfiguración del Ser.

Meister Eckhart y Julius Evola (1898-1974).