Julius Evola (1898-1974), autor tradicionalista italiano es, como nuestros lectores saben bien, especialmente apreciado en estas lides, y no en vano hemos publicado a lo largo de los años un material bibliográfico inédito de su autoría de gran valor, entre los que destacan varios recopilatorios de artículos diseminados en multitud de revistas (Metapolítica, Tradición y Modernidad, Monarquía, Aristocracia y Ética elitista y Ensayos filosóficos, esotéricos y religiosos) y obras relacionadas con sus iniciativas intelectuales (Diorama filosófico. Problemas del espíritu en la Italia de entreguerras 1934-1935), con las consecuencias de su doctrina (¿Tradición y/o nihilismo? Lecturas y relecturas de «Cabalgar el tigre») o con traducciones de autores, de los que el Maestro Romano fue promotor en Italia, como en el caso de Emmanuel Małyński o en el rescate de obras olvidadas con gran valor dentro del esoterismo y los conocimientos herméticos, como sucede con Cesare della Riviera. Su importancia indiscutible como uno de los grandes autores disidentes y antimodernos de la contemporaneidad lo hace acreedor de tal importancia, y especialmente en relación a otros autores que le fueron coetáneos, como es el caso de Ernst Jünger (1895-1998), al cual prestó especial atención por su impactante obra a comienzos de la década de los 30, concretamente en 1932, bajo el título original: Der Arbeiter: Herrschaft und Gestalt, en español publicada como El Trabajador. De hecho, se conoce la existencia de correspondencia entre ambos autores, una carta fechada en 1953 que Evola dirige a Jünger y hasta cuatro textos escritos entre 1943 y 1974. Pese a ello la relación personal entre ambos cuenta con numerosas lagunas y se sabe que fue muy distante.
Metapolítica, Tradición y Modernidad
Antología de artículos evolianos
Julius Evola
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2020 |
Páginas: 370
ISBN: 979-8572407778
Una visión general
Gianfranco de Turris (1944), un notable conocedor del pensamiento evoliano, subraya la importancia de la labor de Julius Evola como mediador de autores extranjeros y tendencias «no conformistas» en la Italia de la primera mitad del siglo XX, lo que rompe con ciertos tópicos relacionados con el carácter de «solitario reaccionario» e intransigente, enconado en su resistencia granítica y aristocrática, en un elitismo de las alturas frente a la mediocridad general reinante en el mundo moderno, especialmente después de 1945, una vez se encuentra físicamente impedido. Y en el caso de Ernst Jünger, también rodeado por la polémica y la incomprensión, exactamente igual que su homólogo italiano, por sus posicionamientos contra la decadente y destructiva República de Weimar, y su encuadre en la Revolución Conservadora Alemana, hace que su encuentro con Evola no sea una casualidad, y que podamos ver en ambos la convergencia de dos «solitarios» refractarios frente a los consensos demoliberales y la cultura hegemónica de su época. En la carta que Evola dirige a Jünger en 1953 además de respeto hay un interés de Evola por el primer Jünger y por Der Arbeiter, y pervive la incertidumbre de si se conocieron en los años 30, y a pesar de que pudiera existir una correspondencia, queda abierta la hipótesis de que pudiera darse un encuentro físico previo a los años cincuenta.
En los textos de Evola sobre Jünger ya encontramos una síntesis de lo que el texto de Jünger puede ofrecer al público italiano, que trasciende las críticas a un «materialismo económico» para ofrecernos un alegato contundente contra el ideal de prosperidad bovina y el «aburguesamiento», incluso entre aquellos sectores más rebeldes y antiburgueses, de cierta juventud contestataria, y de ahí la demanda de un nuevo tipo humano para hacer frente a las iniquidades del mundo moderno. Pero todo ello va más allá de una simple moral del sacrificio, para tomar el pulso al realismo de la forma de la vida, con la intención de refundar jerarquías y criterios de valor en un paisaje devastado por la técnica. El propio Evola traza una genealogía intelectual sobre la trayectoria de Jünger, desde el «antiRemarque» que en las Tempestades de Acero descubre «dimensiones espirituales» en la guerra moderna, al pensador que extiende esa lógica al mundo tecnificado, donde lo «elemental» irrumpe como reverso de la instrumentalidad: un Golem que retorna contra su amo. Ante ello Der Arbeiter postula una «movilización total» internalizada: un estar enteramente en acto, un «realismo heroico» que deja atrás los límites de la existencia individual para proponer una figura (Gestalt) humana capaz de dominar y no padecer, el nuevo régimen del mundo. Evola trata de acomodar la crítica de la «civilización del Tercer Estado» a una vía antiburguesa no marxista, a un anti-individualismo de signo opuesto al colectivismo, planteando una vía sutil que permite trascender la dialéctica del mundo moderno, y en particular de Guerra Fría, frente al orden liberal y burgués, sin caer en formas de materialismo y economicismo. Otro de los aspectos que se exponen en relación a la famosa obra de Jünger es si la técnica, más allá de la neutralidad de los medios, puede tener un papel emancipador.
Evola entiende perfectamente que El Trabajador no es un libro de sociología y que su objeto no es la clase obrera, sino una figura: la del trabajador como forma-de-vida, como cosmovisión, que expresa una ley propia y ocupa su espacio-tiempo bajo el signo de la intensidad más allá de aquellos atributos inmanentes y materiales asociados al trabajador ordinario. El Barón Romano considera que la exposición de Jünger no es sistemática y mezcla constataciones con postulados, lo que revela que las consideraciones en relación a la obra del alemán no es un mero acto laudatorio, ni busca blindar con dogmas su obra para convertirla en un referente absoluto. Y respecto a ello, Evola señala que no existen «hombres mecanizados» y la técnica no es un conjunto de medios neutro, sino un lenguaje cuyo dominio decide sobre el destino de los hombres. El problema estriba en la pretensión del hombre a usarla conforme a valores y formas que le son extrañas, originando la anarquía, el caos y las crisis. Con lo cual es necesario dominar esa lengua, lo que implica servirnos de ella como arma, y ello nos obliga a captar la esencia de su ley secreta.

Ernst Jünger y Julius Evola.
Paralelamente, ese escenario nos describe una suerte de paisaje en construcción industrial, bajo la idea de uniformización planetaria que destruye el orden de las castas, cuerpos y formas de vida, la homogeneización del mundo a través de las creaciones técnicas, bajo el orden del trabajo total, la colonización de espacios, la destrucción de cultos y leyes antiguas, el tributo de sangre a partir del cual este proceso de apariencia bárbara demuestra ser parte también del dominio que anuncia el Trabajador. Todo ello nos lleva a una equiparación del contexto posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial, a la euforia progresista de posguerra, a la era atómica, con todos sus rasgos sombríos y ambiguos de paz tensa. Sirviéndose de estos elementos propuestos por Jünger, Evola defiende la necesidad de pensar en tipos humanos a la altura de toda eventualidad, incluidas las más extremas e impensables, frente al doble espejismo del paraíso técnico o la catástrofe liberadora. Es la prefiguración de la fase de formación de una élite capaz de responder sin consuelo ni ilusión, trascendiendo el nihilismo de los tiempos.
A pesar de todo, Evola considera que en las páginas de Der Arbeiter se habla sobre desarrollos político-sociales que tienen un carácter «accesorio, provisional y a veces problemático», por la fecha en la que fue publicado, a inicios de los años treinta, previos a las desviaciones sobre las que Jünger tomó conciencia «más allá de lo debido», lo que hace que el italiano mantenga una distancia crítica respecto a cualquier identificación inmediata entre figura, técnica y soluciones estatales concretas. De hecho, consideraba la importancia de esta obra como un instrumento para operar un «despertar», como punto de partida de una transfiguración más profunda.
¿Tradición y/o nihilismo?
Lecturas y relecturas de «Cabalgar el tigre»
Alessandra Colla, Carlo Terracciano y Omar Vecchio
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2019 |
Páginas: 140
ISBN: 978-1710988246
El concepto de figura: más allá de la clase y el individuo
Como ya hemos dicho, Der Arbeiter no es un «estudio sobre el proletariado» ni se ocupa de la clase trabajadora como tal, ni de sus reivindicaciones materiales, ni de su concreta situación histórica, sino de un principio formal que atraviesa y trasciende su condición de clase. El Trabajador no es un obrero en el sentido marxista del término, sino la expresión de un tipo humano para el cual la vida entera se convierte en trabajo, entendido como movilización total. La figura como tal plasma la materia histórica, lo que da forma a una época. Evola subraya que para Jünger la figura no se limita a describir el presente, y que su cometido no es otro que imponerse como una fuerza plástica, con la capacidad de organizar jerarquías, valores y modos de existencia. Así que no se trata de ser o pertenecer a la «clase obrera», sino de ser absorbido por una estructura del Ser que exige una intensidad, disciplina y disponibilidad absoluta. En este punto hay un acercamiento a la hermenéutica evoliana a través del concepto de tipos humanos. Jünger establece un nivel supraindividual que es del todo ajeno tanto a la biología como a la psicología y que entraña una dimensión ontológica. La Gestalt del Trabajador significa la ruptura con la ilusión de que el individuo burgués es el fundamento de lo real. Y frente al individuo que propone el liberalismo, la figura impone una dimensión transpersonal, del mismo modo que frente a la masa exige forma y jerarquía.
Evola propone una confrontación directa entre el Trabajador jüngueriano y el Superhombre nietzscheano, dado que en ambos casos representan una reacción frente al agotamiento del mundo burgués y frente a la mediocridad que este conlleva, pero sus caminos divergen profundamente. El Superhombre de Nietzsche se afirma como voluntad de poder, como autoafirmación creadora, en una dimensión de inmanencia prometeica y, en cierto modo subjetiva. En cambio, el Trabajador de Jünger nos plantea un «tipo-forma» en lugar del «individuo-potencia» nietzscheano, lo que supone la ausencia de toda pretensión de crear ex-nihilo, sino encarnar la ley de un tiempo histórico en el que la técnica y lo elemental se imponen como fuerza del destino. Mientras que el Superhombre parece todavía radicado a un nivel inferior, como un producto de un individuo que «se supera a sí mismo», el Trabajador, en cambio, es el resultado de una transfiguración en la que el hombre singular desaparece absorbido por la figura. No obstante, nos advierte Evola, que este paso no debe interpretarse como el fruto de una «revelación colectivista». Muy al contrario, el Trabajador conserva todo su sentido jerárquico de distinción y grados de intensidad. Esta ruptura de nivel que se deriva de la comparativa de ambos conceptos, supone la muerte de la ilusión del sujeto liberal, y en ningún caso la posibilidad de un orden orgánico y aristocrático. Y aquí hay un importante punto de encuentro entre Evola y Jünger en la crítica del liberalismo y su concepción antropológica dominante del individuo propietario y calculador, como unidad económica.

Ernst Jünger y Friedrich Nietzsche
Sin embargo, Evola no oculta que la formulación jüngeriana tiene un carácter problemático y ambiguo, y considera que el Trabajador aparece como una figura de transición: un tipo humano nacido de la irrupción de lo elemental y la expansión de la técnica, pero no necesariamente el último horizonte de la historia. Puede convertirse en un instrumento al servicio de un nuevo orden jerárquico, pero también puede derivar en formas degeneradas de colectivismo técnico y de nivelación. Lo significativo del Trabajador es que revela la lógica que está destruyendo la civilización burguesa y liberal, pero la incertidumbre reside en si esta figura podrá ser reconducida hacia una etapa superior de vida o se perderá en la barbarie de la mecanización. Esta cuestión permanece como una vía abierta, a pesar de que Jünger se hiciera consciente a posteriori de esta deriva.
En el mar de la nada
Metafísica y nihilismo a prueba en la posmodernidad
Curzio Nitoglia
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2023 |
Páginas: 126
ISBN: 9798394809026
Por otro lado, y vinculado a la doctrina de la figura tenemos a la técnica, que Evola considera que es un instrumento con una fuerza ontológica inherente capaz de crear un nuevo mundo, proponiendo un nuevo lenguaje que transforma incluso las categorías de espacio y tiempo. El Trabajador es el tipo humano adaptado a este nuevo lenguaje, que convierte la técnica en una nueva forma de disciplina y de intensificación de la vida, y no una forma de alienación. Para Jünger, en este punto difiere radicalmente del burgués, que ve en la máquina un medio de comodidad, como el marxista, que la considera como un medio de emancipación material. El Trabajador se hace a sí mismo imagen de la máquina, puro acto, operatividad e indiferencia frente a toda dialéctica burguesa, frente a la dicotomía ocio-trabajo. En la cosmovisión del Trabajador todo es trabajo, porque todo es forma y acto.

La primera edición de Der Arbeiter, fechada en 1932, a cargo de la editorial Hanseatische Verlagsanstalt de Hamburgo.
La técnica jungeriana encarna, como hemos dicho, un nuevo lenguaje, una nueva forma de habitar el mundo y de articular el espacio y el tiempo. El problema surge cuando el hombre moderno quiere «usar» esta técnica sin entender su lógica, y tanto el burgués como el marxista sólo contempla soluciones exteriores vinculadas a ésta, pero Jünger insiste en el carácter de ley interna que esta entraña, una normatividad desligada de todo uso utilitario o emancipador en un sentido material. De ahí la afirmación paradójica que sigue: el error no se encuentra en la técnica, sino en la pretensión de los hombres de ayer de servirse de ella conforme a valores que les resultan extraños. La crisis moderna, desde esta perspectiva, no es «causada» por la técnica, sino por la contradicción entre un mundo ya configurado por ella y unas categorías anacrónicas que quieren dominarla sin comprenderla.
Jünger rechaza la imagen propia de la crítica romántica y humanista de que la técnica produce «hombres mecanizados», autómatas sin alma. Evola recoge y enfatiza este punto estableciendo una separación entre máquinas y hombres, diferenciados. La técnica no suprime lo humano, sino que exige una nueva forma de humanidad. La cuestión de fondo es si el hombre es capaz de asumir el ritmo y la disciplina que la técnica impone como condición de posibilidad. Y es que el Trabajador es precisamente ese tipo humano que no se deja reducir a engranajes, pero tampoco muestra resistencia frente al novedoso lenguaje de la técnica, que debe entrañar una nueva forma de vida más allá de una amenaza potencial de deshumanización, que sin duda, y a efectos del mundo actual, así es con toda la ideología poshumanista derivada de ella.
Diorama filosófico
Problemas del espíritu en la Italia de entreguerras 1934-1935
Marco Tarchi
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 420
ISBN: 978-1-961928-11-4
Pero del mundo de la técnica también se derivan nuevos conceptos, que la lectura evoliana aborda de manera incisiva: mientras que el mundo burgués se había organizado en torno al individuo, como sujeto de derechos, propietario, consumidor o elector, el mundo de la técnica pulveriza toda esta ficción, y en su lugar aparecen dos fenómenos opuestos, como son la masa y el tipo. La masa es la disolución del individuo en un conjunto amorfo e indiferenciado. Se deja arrastrar por las corrientes del mundo técnico de forma pasiva, incapaz de conferirles sentido e integrarlas en su Ser. Frente a la masa tenemos a la figura del Trabajador, que, en cambio, corresponde a la lógica del tipo, y representa su polo opuesto, una forma activa y diferenciada, que concentra y encarna la fuerza de la época en una dirección precisa. Este punto es fundamental, porque Evola considera que no hay derivas colectivistas en la teoría de Jünger, aunque potencialmente puedan existir en un futuro, y de ahí que la técnica pueda dar lugar a la nivelación de las masas, pero también puede crear nuevas aristocracias a partir del tipo, y de ahí la necesidad de una selección que separe a los que encarnan la figura de quienes son parte de la masa.
Una de las conclusiones positivas que surge de este análisis es la posibilidad de generar una jerarquía renovada, no basada en la herencia ni en el privilegio burgués, sino en la capacidad para asumir la Figura. Para Evola, esta conclusión tiene una significación muy importante, porque supone que la era de la técnica no elimina la aristocracia, sino que la transforma, operando una transición de la aristocracia de linaje a la aristocracia del tipo. Por otro lado, un Trabajador no es igual a otro Trabajador, cada uno de ellos puede encarnar la figura en mayor o menor grado, en una gradación en la que se funda la posibilidad de una nueva autoridad y mando frente al desorden liberal y la nivelación colectivista. Paradójicamente, la técnica puede ser el fundamento y la base para una nueva aristocracia y no su aniquilación.

Ernst Jünger en 1920.
Sin embargo, la técnica nos plantea problemas, como por ejemplo el límite, ya que por su propia naturaleza intrínseca, hay una tendencia a la expansión ilimitada, bajo la lógica de la eficiencia y la operatividad absoluta empuja a la figura del Trabajador hacia una movilización total que no conoce pausa ni límite. Y en este sentido, hay un carácter luciferino en la técnica que nos plantea una pregunta esencial: ¿Existe en la figura del Trabajador una capacidad o principio que le permita dominar la técnica, o simplemente se entrega al impulso de ésta? Jünger no responde de manera definitiva y su ambivalencia es objeto de crítica por parte de Julius Evola. Y la realidad es que, sin un principio superior de orden, la técnica corre el riesgo de disolverse en barbarie, y de ahí que la importancia del Trabajador sea crucial como mediador potencial entre el mundo de la técnica y una forma superior de autoridad. Paralelamente, la técnica moldea un paisaje tradicional, que es progresivamente desfigurado y destruido en su avance, con carreteras, túneles, rascacielos, redes ferroviarias, megaurbes etc, que generan un nuevo paisaje frente al que Evola señala que no caben nostalgias, porque sencillamente es la realidad de la época. Y como ocurre en los planteamientos evolianos, y vemos a través de Cabalgar el tigre, solo caben dos opciones: o abandonarse a la nivelación o transfigurarla en una nueva jerarquía. Una vez más, la idea de convertir el veneno en medicina.
Una lectura política
La lectura metapolítica de la obra de Jünger forma parte de todo lo que hemos desarrollado hasta el momento, exige una revisión de aquello que se afirmó en torno a la obra en el momento de su publicación, durante los años 30, así como después de la Segunda Guerra Mundial, Hay una serie de cambios trascendentales en el orden internacional, que marcan unas derivas históricas que, indudablemente, afectan a la figura del Trabajador, así como el esfuerzo evoliano por rescatar lo esencial de la obra sin quedar atrapado en sus posibles desviaciones.
Evola afirma que las páginas de Jünger sobre el plano político-social tienen un carácter secundario y provisional. Lo que verdaderamente importa es la construcción conceptual de la figura y la comprensión del mundo de la técnica como destino. La dimensión política, en cambio, aparece como un intento circunstancial de aplicar la figura a los problemas de su tiempo: la crisis de la decadente y plutocrática república de Weimar, el ascenso del nacionalsocialismo o la configuración del III Reich. Juzgar Der Arbeiter en base a estas contingencias históricas sería un error, supondría confundir lo esencial con lo accidental. La única certeza que prevalece es el advenimiento de un nuevo tipo humano, que llega de mano de la técnica, y que el individualismo burgués y el liberalismo está agotado. Tras la guerra, hay un evidente cambio de rumbo en Jünger, que expresa su distanciamiento respecto a las aplicaciones político-estatales de la figura del Trabajador, algo que se deja entrever ya en Sobre los acantilados de mármol, abandonando todo posible vínculo con las experiencias totalitarias, lo que se confirmará definitivamente tras 1945. Este hecho marca una evolución que confirma las inquietudes de Evola respecto a la figura del Trabajador, que no garantiza por sí mismo una solución, y que se encuentra ligado a las contingencias históricas, dejando claro que el problema sigue abierto.
Ensayos filosóficos, esotéricos y religiosos
1925-1931
Julius Evola
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2024 |
Páginas: 214
ISBN: 978-1-961928-18-3
El esfuerzo hermenéutico que protagoniza Evola es independiente de la simpatía o antipatía que el nacionalsocialismo pueda suscitar en Jünger, de las posibles críticas que pueda plantear o todo lo contrario, lo fundamental es la fuerza conceptual de la figura como diagnóstico y posibilidad de regeneración. Evola reconoce que la obra de Jünger, Der Arbeiter, fue escrita en un clima en el que era fácil confundir la movilización total con las formas políticas que la encarnaban coyunturalmente. Sin embargo, la verdadera aportación de Jünger radica en la idea de abrir un horizonte en el que la técnica se convierte en un instrumento al servicio de un nuevo tipo humano que necesita reinventarse, adoptar una orientación vertical y de mando, de reconstrucción del espíritu de élite.
Entre las dos guerras mundiales, tanto en 1918 como en 1945, se repite el mismo clima de desconcierto, desilusión y vacío espiritual que abre el riesgo al peligro de falsas soluciones, con el concurso de nacionalismos burgueses degradados, colectivismos niveladores e ideologías de consumo y bienestar. Evola considera que la obra recobra importancia a partir de la década de 1950, y que la crítica al orden burgués, a la ilusión del confort y el pacifismo o el vacío espiritual sigue siendo válida y es más urgente que nunca. Nos encontramos en una época en la que se da una dialéctica entre dos «alternativas» plenamente materialistas, entre el capitalismo burgués y el marxismo soviético, y las formas totalitarias degradadas que instrumentalizan la movilización técnica sin elevarla a un plano superior y trascendente. Este último principio es el que da sentido a la técnica y figura del Trabajador. De ahí la importancia de una educación, de una base formativa, para conseguir este nuevo tipo de hombre.
Monarquía, Aristocracia y Ética elitista
Antología de artículos evolianos 1929-1974
Julius Evola
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2022 |
Páginas: 316
ISBN: 979-8846898066
Este último punto es decisivo, pues introduce una distinción fundamental entre movilización y orden, entre activismo técnico y autoridad legítima. Para Evola, el error de muchas lecturas políticas de Der Arbeiter consiste en identificar automáticamente la movilización total con una solución política válida. La técnica cuando no está subordinada a un principio superior, en lugar de engendrar orden muestra aceleración, convierte las estructuras jerárquicas en una organización mecánica, inorgánica, y toda autoridad se vuelve anónima, cayendo en una mera tecnocracia. El Trabajador guarda en su interior esa doble vertiente, advertida con anterioridad, a partir de la cual puede convertirse en portador de esa nueva disciplina que preconiza, pero también puede degenerar en el ejecutor perfecto de una dominación sin rostro.
De ahí que Evola insista que la dimensión política del Trabajador no puede resolverse en términos de Estado, partido o régimen concreto. No hay una «política del Trabajador» en sentido estricto, sino una condición previa, una transformación antropológica (y ontológica) que hace posible una nueva forma de orden. Cuando esta distinción se pierde, el Trabajador degenera en técnico, en un funcionario y un engranaje de una maquinaria que se presenta como un destino inevitable. En este punto, la crítica evoliana se separa tanto del decisionismo político como del totalitarismo moderno, al que considera una falsificación de la idea de mando.
El problema central no es tanto quién controla la técnica sino desde dónde se controla. Evola subraya que sólo una élite interiormente formada, capaz de una relación identificativa con el mundo técnico, puede ejercer un dominio real sobre él. Sin esa distancia interior, toda tentativa política queda atrapada en la lógica misma de la movilización, reproduciendo aquello que se pretende superar. El Estado técnico-total, aún cuando se revista de símbolos heroicos o de una retórica comunitaria, permanece en el plano de la inmanencia y no supone el restablecimiento de una verdadera jerarquía.
Jean Thiriart, el caballero euroasiático y la Joven Europa
Pietro Missiaggia
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 320
ISBN: 978-1-961928-24-4
Desde esta perspectiva, el Trabajador no funda una nueva legitimidad política, y más bien podría decirse que evidencia la crisis de todas las legitimidades modernas. El liberalismo ha perdido toda capacidad de mando; el marxismo ha reducido al hombre a una función económica, mientras que los nacionalismos modernos han sustituido el principio de autoridad por la exaltación sentimental por lo colectivo. Frente a estas formas degradadas, el Trabajador representa una ruptura, pero no una síntesis superior. Es una figura de paso, de transición, propia de un tiempo de disolución avanzada, en el que solo sobreviven quienes saben asumir la dureza del mundo sin buscar refugio en las ilusiones humanitaristas y progresistas.
Por ello, Evola se muestra particularmente interesado en evitar una lectura «programática» de Der Arbeiter. De modo que podemos decir que no se da en Jünger una interpretación en clave de modelo político exportable ni una doctrina del Estado. Lo que sí hay es una orientación: el fin de un tipo humano y el surgimiento de otro. Esto supone que todo intento de institucionalizar de manera cerrada esta figura supondría traicionar su sentido más profundo. La política, en este contexto, no es una solución, sino el ámbito donde se manifiesta el problema.
En última instancia, la lectura política del Trabajador sólo cobra un sentido pleno cuando se reconoce su subordinación a una dimensión metapolítica. Sin una referencia a un orden trascendente de mando, la figura queda suspendida en una ambigüedad irresoluble: puede ser el soporte de una nueva aristocracia del espíritu o el instrumento de una civilización técnica totalitaria y despersonalizada. Esta ambivalencia no es el fruto del azar, sino la expresión fiel de una época de transición, en la que las fuerzas de la disolución y las fuerzas de la superación coexisten sin una resolución definitiva.
Así, el problema sigue abierto, y el Trabajador no representa el fin de la crisis de la modernidad, sino que la intensifica. No ofrece una solución política acabada, sino que exige una toma de posición más profunda previa a toda forma estatal. La vigencia de la obra de Jünger, tal y como la entiende Evola, no reside en sus aplicaciones históricas concretas, sino en la capacidad para obligarnos a pensar, más allá de la política moderna, en las condiciones de superación para la fundación de un nuevo principio de orden.






