Mos Maiorum, IX (Verano 2025)
Revista sobre Tradición, postmodernidad, filosofía y geopolítica
Hipérbola Janus
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 296
ISBN: 978-1-961928-33-6
En esta nueva entrega de Mos Maiorum, con la que alcanzamos ya la número nueve, hemos decidido abordar la cuestión europea, en un momento que podríamos calificar de vacilación, cuando no de decadencia y putrefacción internas; con unos cimientos civilizacionales que han sido sistemáticamente cuestionados y sustituidos por otros ajenos a la verdadera naturaleza e historia que han sostenido a Europa en el devenir de los siglos. Bajo una apariencia de prosperidad técnica, de un pretendido orden institucional y una seguridad militar garantizada por potencias ajenas (podríamos hablar de un síndrome de Estocolmo en toda regla) el continente europeo se enfrenta a una devastadora crisis de identidad, de forma y de destino.
Un inmenso legado precede a esta Europa que hoy periclita y decae a marchas forzadas, un acervo de ideas y contribuciones que ha inspirado el arte, la política, la religión o el derecho, pero también los valores heroicos y trascendentes del espíritu. Hoy todo permanece en suspenso, todo es objeto de discusión, al tiempo que Europa se disuelve bajo la asfixiante atmósfera de nihilismo, decadencia demoliberal y sumisión estratégica hacia el otro lado del Atlántico.
El dossier que perfila el tema central de este número, de alguna manera pretende rescatar la idea de Europa como civilización espiritual en sus formas orgánicas y tradicionales, desde diferentes enfoques, y desde la respuesta a una auténtica traición civilizatoria; como una reivindicación de Europa más allá de la Unión Europea, de la OTAN y el imperialismo estadounidense. Esta Europa —la de las naciones europeas sojuzgadas, consagrada a los intereses espurios y destructivos de una cohorte de sátrapas que obedece a los intereses de las élites desde Bruselas, Washington y Tel Aviv— no responde en absoluto a la unidad superior, orgánica y pluriforme que se encuentra en la base de la civilización europea. Se trata de una superestructura burocrática sometida a intereses militares, económicos y existenciales ajenos. La esencia histórica y espiritual de Europa nada tiene que ver ni con Bruselas ni con Wall Street, sino con el sustrato de pueblos indígenas como los íberos, celtas, romanos y germanos, la tradición clásica grecorromana, y la cristiana, imperial y sagrada que se gestó durante el Medievo. La antítesis la encontramos en el mito del «progreso europeo» entendido como sinónimo de democratización en clave liberal, mercado único y derechos humanos, totalmente ajeno al espíritu de la Europa de las catedrales, del Imperio y las Cruzadas, de la metafísica y la filosofía perenne o el Derecho romano. Una suerte de caricatura posmoderna que nace del desarraigo y la negación de sí misma orquestada por el liberalismo.
A través de un recorrido histórico trazado por los artículos que componen el dossier, desde Roma a Bizancio, del Sacro Imperio a Federico II, de Carlos V a las tentativas napoleónicas, hasta llegar a las grandes conflagraciones modernas del siglo XX, emerge como una constante la búsqueda de una síntesis, de una unidad superior que entrelace los destinos de los pueblos que componen el continente. La verdadera unidad no puede emanar de los principios del liberalismo, el cual genera la gran fractura y es un elemento disolvente de la verdadera unidad desde sus posturas uniformizadoras y jacobinas, sino desde una idea jerárquica y simbólica, articulada en función de una vocación espiritual superior.
El desastre ocasionado por las dos guerras mundiales permitió que Europa fuera colonizada espiritual, política y culturalmente. Y no solamente eso, sino que además se vio fragmentada por el marxismo soviético, que ofrecía una unidad sin raíces, materialista y totalitaria, y bajo el signo del americanismo liberal-capitalista, que con sus promesas de seguridad, mercado y libertades individuales, ha llevado a Europa al actual estado de disolución. La Unión Europea, como ese monstruo tecnocrático y vacío, supeditado a los intereses de Washington y de la OTAN, convierte su «unidad» en una máscara grotesca de vasallaje geopolítico.
Por ese motivo debemos reivindicar otra Europa, la verdadera, desde una perspectiva netamente tradicional y antiliberal, orientada hacia sus verdaderas raíces, las más primigenias, las que entroncan con el espíritu superior que un día vertebró una Europa realmente tradicional, una Europa de los pueblos. Esa Europa pudo ser esbozada, quizás, por Jean Thiriart y su idea de una Europa imperial, desde Dublín a Vladivostok, como una inmensa unidad en términos geopolíticos capaz de hacer frente a la amenaza atlantista y a la ponzoña liberal. Pero esta Europa también debe hacer frente a los grandes retos que la amenazan internamente: la inmigración de reemplazo, la disolución de las formas, la pérdida de soberanía, la crisis demográfica de nacimientos, el nihilismo o el vaciamiento espiritual. Es necesario, por pura supervivencia, subvertir el rumbo de una Europa entregada al mercantilismo, que afronta pasivamente su destino posthistórico. Los valores combativos y de afirmación deben sustentarse en una nueva ontología del arraigo y lo trascendente.
Más que un ejercicio académico, o una mera exposición de hechos e ideas, los artículos que componen el dossier son una meditación colectiva sobre el destino de Europa, y en ellos la lucidez histórica, el rigor y la expresión de cosmovisiones alternativas, enfrentadas al discurso hegemónico, al relato impostado, son una constante, porque esta es una seña de identidad de esta publicación, cuya ambición siempre ha sido integrarse en un amplio frente metapolítico, capaz de articular un discurso belicoso, desde el poder que otorga la palabra escrita, contra el actual estado de cosas.
El dilema al que se enfrenta Europa viene determinado por la elección entre dos caminos: o bien la restauración de Europa como forma espiritual y unidad superior, o su definitiva absorción por el aniquilador magma globalista, transhumanista y posnacional que ya la carcome (al menos en su parte occidental) en un proceso de metástasis que parece imparable. Ya no hay lugar para pactos ni componendas, ya no hay términos medios.
Europa, a día de hoy, podemos decir que ha dejado de existir. Lo que se nos presenta como Europa es una máquina jurídico-financiera y burocrática, obsesionada por el control absoluto sobre su población y vacía de alma, de moral y sentido. Es una anti-Europa, una construcción artificial, enemiga de los pueblos europeos, de su soberanía, de todo principio de trascendencia, enemiga de su historia. Una Europa empequeñecida, el conejillo de indias y el satélite económico y militar del degenerado imperialismo estadounidense. En este contexto el europeísmo no es más que la ideología de la disolución programada, con sus gobiernos virtuales, sostenidos por la traición a sus pueblos y un falso y cínico consenso parlamentario, monitorizado por el capital financiero supranacional. La disolución de los pueblos es otra vertiente de este fenómeno, suplantados por una masa amorfa y multiculturalizada sin conexión alguna con Europa. La disolución que también abarca al hombre europeo, en su dimensión individual, reducido a productor-consumidor, vacunado, controlado y desarraigado, con derecho a «cambiar» de sexo, a afirmar el «género» que «desee», pero sin raíces ni destino, privado de dimensión espiritual y colmado en su ego por las ilusiones tecnológicas. No es una Europa ocupada físicamente, no necesita de ejércitos regulares, sino que es una ocupación perpetrada por corporaciones globales, ONGs, burócratas y lobbies. Ellos se han apropiado de Europa, de sus símbolos, de su lenguaje e incluso de sus muertos, todos unidos en un ataque sistemático y balcanizador de la conciencia europea, que ahora es presentada como portadora de «valores universales», que utiliza la democracia o los derechos humanos como un envoltorio ideológico para ocultar el nihilismo y la cobardía de una civilización hedonista financiarizada y entregada a los mercados.
Por eso, y para terminar, debemos plantear una ruptura con la modernidad liberal, y ello sólo es posible a través de una reactivación metapolítica de la idea de Europa como civilización, y a través de esta la idea de Imperio es la única forma posible de unidad europea, desde el respeto a la diversidad interna y en función de valores perennes y tradicionales.
Nuestro máximo agradecimiento a todos los articulistas y colaboradores que han hecho posible la publicación de este número. Todos ellos son parte del proyecto, fundamentales en nuestra labor de difusión en la batalla cultural y de ideas que estamos librando.