En artículos precedentes hemos tratado el tema sexual desde una perspectiva tradicional, prefigurando algunos aspectos que nos disponemos a ampliar, y en el último artículo hablamos sobre la denominada «revolución sexual», impulsada por Herbert Marcuse y otros ideólogos como Michel Focault. La sexualidad y el interés por la misma, así como la forma de vivirla, ha adquirido una nueva dimensión dentro del ámbito más íntimo y personal. Como parte de ese individualismo hedonista, que únicamente busca complacer placeres puramente personales, y por tanto puramente egoístas, la sexualidad se ha convertido en un placer que, merced a este hedonismo, ha relegado al individuo a un aislamiento todavía más acusado, a una anomia, como diría Durkheim, cada vez más asfixiante y autodestructiva. Nos estamos refiriendo a un acto tan cotidiano, y muchas veces tan poco confesado, como es la masturbación. La masturbación es un acto que cualquier persona realiza con cierta regularidad en su intimidad, tanto hombres como mujeres, y que pueden llegar a condicionar el desarrollo normal de su existencia. Para muchos puede parecer un acto inocente, personal, e incluso natural que no incumbe a nadie más que a quien lo pone en práctica. Sin embargo, y a la luz de los grandes cambios experimentados en las últimas décadas, sostenemos que eso no es así, y que es un problema que podemos integrar en un espectro ideológico más amplio y que lejos de suponer una forma de «liberación» merced a los instintos supondría más bien la esclavitud del cuerpo y de la mente frente a los bajos instintos y todo lo que domina el subconsciente.