¿Qué es la metafísica?
Entrevista con Bruno Bérard
Bruno Bérard y Annie Cidéron
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 148
ISBN: 978-1-961928-32-9
Nos complace presentar al gran público de habla hispana una nueva entrega de libros-entrevistas donde se tratan de sintetizar grandes ideas y principios de la tradición espiritual, y con esto nos referimos a la precedente obra de Bruno Bérard y Aldo La Fata, bajo el título ¿Qué es el esoterismo?: Entre verdades y falsificaciones, cuya publicación tuvo lugar a comienzos del presente año 2025. En esta ocasión, y como parte de la segunda entrega de la colección Biblioteca Sapientiae, presentamos ¿Qué es la metafísica?: Entrevista con Bruno Bérard, de Annie Cidéron y Bruno Bérard. En esta ocasión el entrevistador, Bruno Bérard, se transforma en el entrevistado, que nos brinda sus amplios conocimientos en la materia, profundizando en los atributos y significados del pensamiento metafísico.
¿Qué es el esoterismo?
Entre verdades y falsificaciones
Bruno Bérard y Aldo La Fata
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2025 |
Páginas: 210
ISBN: 978-1-961928-22-0
Colección «Biblioteca Sapientiae»

Biblioteca Sapientiae
El título de la colección (Biblioteca Sapientiae) no es fruto de una elección azarosa ni mucho menos, sino que hablamos de unos términos que encierran significaciones profundas, los cuales son plenamente coherentes con el contenido y la orientación intelectual y espiritual de las obras referidas. Para entenderlo en su integridad debemos remitirnos a la etimología del término, y es que Sapientia en latín va mucho más allá del significado «sabiduría» tomado en su acepción más genérica. Sapientia procede del verbo latino Sapere cuyo significado más originario está relacionado con «lo que tiene sabor», con la acción de saborear, y por extensión con la posibilidad de discernir, de «tener buen juicio». Con lo cual hay connotaciones de cierta profundidad o tendencia a la profundización, a saborear esa realidad, degustarla en todos sus aspectos, experimentarla de manera vívida y auténtica. De ahí que Sapientia tenga un significado más completo, de un conocimiento vital, experimentado y profundamente asimilado, es el conocimiento que ha «gustado». En resumidas cuentas, y por no extendernos en esta pequeña síntesis, hablaríamos de un conocimiento experimentado interiormente, de manera directa.
Es un término que encontramos en una relación de continuidad, y de manera ininterrumpida, desde las fuentes bíblicas y la patrística pasando por el pensamiento y las tradiciones cristianas medievales. Sapientia nos remite a un conocimiento elevado que entronca con lo divino, algo que Santo Tomás de Aquino entiende como sabiduría contemplativa, la ciencia postrera de lo que se recibe, más que de aquello que se construye. Para el Aquinate esta Sapientia es la que conduce a las virtudes más altas del espíritu, predisponiendo a éste en ese «gusto» hacia el conocimiento de Dios. Podemos decir, que este término, con una acepción tan rica y compleja, encierra en sí mismo una síntesis profunda del Ser, que se rebela contra las formas modernas de concebir el conocimiento como mera acumulación de datos o la erudición de los académicos. Hablamos de una sabiduría auténtica, en comunión con la verdad y las realidades espirituales que la vertebran. Es un saber con sabor, una sabiduría encarnada, contemplativa y transformadora.
En este caso que nos ocupa, Biblioteca Sapientiae viene a reivindicar ese sentido primigenio y prístino de la Sapientia a través de una Tradición viva del espíritu (como tanto han reivindicado autores de nuestra tradición hispánica, como el gran Juan Vázquez de Mella) que huye de todas las sistematizaciones y teorizaciones propias del rigor científico y los academicismos modernos. Hablamos de verdades reveladas, de intuiciones que se fundan en lo divino y de las que las grandes tradiciones son sus depositarias. En este sentido, la presente colección tiene como objetivo preservar y comunicar el núcleo simbólico y metafísico de estas tradiciones.
La obra
¿Qué es la metafísica? no es una simple obra de divulgación filosófica, sino que hay una propuesta integral para hacer comprensiva la metafísica a todo aquel que esté dispuesto a arriesgarse a adentrarse en sus vicisitudes. Lo cual significa ir más allá de lo que nos ofrece el mundo de las certezas materiales. Bruno Bérard, aportando sus vastos conocimientos en la materia, nos ofrece junto a su interlocutora, Annie Cidéron, una exposición clara y diáfana sobre los significados, atributos y posibilidades de la metafísica, y además lo hacen mediante un formato accesible y dinámico, como es la entrevista.
La obra muestra sus intenciones desde el principio, desde convicciones profundas, que nos muestran otra cara de la metafísica, lejos de los juegos de artificio y abstracciones propias de los medios académicos, que generan un conocimiento exclusivamente ligado a las élites intelectuales. Más allá de este propósito encontramos una pedagogía que combina la exposición rigurosa de los conceptos junto a un estilo accesible, en la que concurren la escucha, el asombro y la apertura desprejuiciada hacia lo real, todo ello salpicado por multitud de ejemplos, intuiciones, metáforas y experiencias vivenciales de los autores que enriquecen y hacen más cercanos sus contenidos.
Mantener este equilibrio, siempre precario, entre el rigor que exigen cuestiones de orden trascendente, con su complejidad asociada, y la voluntad de ser claro y accesible al gran público, supone un ejercicio intelectual de notable habilidad. La pericia de Bruno Bérard, con sus amplios conocimientos y experiencia en el ámbito del estudio de las religiones comparadas nos permite acceder a un marco doctrinal y conceptual de un enorme valor didáctico. Por otra parte, Annie Cidéron, que ejerce el papel de entrevistadora, adopta la función de guía y conductora en este fascinante viaje a través del ámbito de la metafísica.
De tal manera que podemos inscribir esta obra en la vertiente de la Tradición, podríamos decir que sapiencial, en coherencia con el nombre de la colección a la que pertenece, y sobre la estela de pensadores como René Guénon, Frithjof Schuon o Titus Burckhardt, pero también en una relación de dialéctica permanente con la filosofía contemporánea y los problemas que afectan al hombre moderno. Las preguntas y las respuestas sobre las que se articula la obra buscan aquellas cuestiones más apremiantes, las que atañen al origen, el sentido y el fin de la existencia, en lo que es una auténtica llamada a las fuerzas del espíritu, a esa parte más introspectiva y conectada con las preocupaciones profundas que han ocupado al hombre en el devenir de los siglos.
El Maestro de la Tradición Perenne
Antología de artículos guenonianos
René Guénon
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2021 |
Páginas: 286
ISBN: 979-8504926506
Debemos insistir en la claridad en la delimitación del objeto de estudio y los atributos que caracterizan a la metafísica, especialmente en lo actuales tiempos de confusión y en vista a la difuminación de las fronteras entre las distintas fronteras y saberes. Y en esta primera aproximación debemos entender como metafísica, en su sentido más elemental, aquello que supera, que trasciende, la dimensión propiamente física, y con ello todo aquello que conforma el dominio de la ciencia moderna, de lo que es cuantificable, mensurable o reproducible en un laboratorio. De hecho, el libro comienza con las pertinentes aclaraciones del término en el ámbito etimológico e histórico. Obviamente, la fuente original no es otra que la obra de Aristóteles y todo el itinerario posterior que, con el advenimiento del cristianismo, vemos a través de la escolástica. La metafísica se entiende como una ciencia de las causas primeras, lo cual debe entenderse como el saber que se alimenta y se cimenta en las preguntas que aluden al origen de todas las cosas existentes. Son esas preguntas elementales que tratan sobre el origen mismo de la existencia, del origen del universo, del ser, el significado de la propia existencia humana o su relación con lo absoluto.
El templo del Cristianismo
Para una retórica de la historia
Attilio Mordini
Editorial: Hipérbola Janus
Año: 2017 |
Páginas: 202
ISBN: 978-1542706476
La metafísica es una verdadera ciencia, como afirma Bérard, y lo es aunque sea de forma matizada, en la medida que se encarga de indagar en las causas originarias de las cosas. No obstante no es una ciencia en el sentido moderno del término, desde un enfoque empírico o experimental, sino que hablamos de un fundamento sapiencial. Tampoco se basa, obviamente, en la verificación inductiva, sino que nos remite al principio intelectivo y a la articulación simbólica de lo real. Y es que las ciencias modernas y positivas, sometidas a un principio mecanicista, son incapaces de preguntarse por ese sentido último, y en lugar de hacerlo por ese «por qué» de las cosas para concentrarse en lo puramente descriptivo del «como». Es por ese motivo que cuando la cosmología trata de profundizar y pronunciarse sobre el origen absoluto del universo, deja de ser una ciencia física para alcanzar los dominios de la metafísica. Lo mismo podemos decir en el caso de la metafísica, que puede retroceder hasta el instante inmediatamente posterior de la teoría del «Big Bang», pero no puede traspasar ese umbral sin traicionar el fin del propio método, volvemos nuevamente al dominio de la metafísica. De hecho, la metafísica, como apunta Bérard, combina dos formas de conocimiento: por abstracción y por participación. Y si bien el primero tiene un carácter discursivo, lógico y secuencial, en el caso del segundo, es intuitivo, directo y unitivo. La metafísica se sirve de la abstracción del discurso pero tiende, en lo esencial, a la participación, porque no se trata solo de pensar en el ser, sino de participar en él, de dejar que la inteligencia humana refleje la luz de lo real.
De igual manera tampoco hay que hablar de la metafísica como una huída o evasión del mundo, sino que adquiere un significado de transfiguración en la medida que trasciende las categorías materiales, integrándolas en un orden mucho mayor. Más bien se trata de aprender a interpretar los signos de lo invisible.
Y es que uno de los elementos más destacados de este libro es la propia concepción del intelecto como vector y órgano central del conocimiento metafísico. Este elemento en sí mismo nos pone en guardia frente a los reduccionismos propios del conocimiento racional-discursivo propiamente moderno. Bérard da una importancia fundamental al intelecto humano como una facultad de carácter espiritual, con una capacidad mucho mayor que la que le otorga la razón instrumental, desarrollando una vertiente participativa, receptiva y simbólica. No es sino la capacidad de leer, de escrutar la realidad en sus significados más profundos.
El intelecto no se identifica con la razón, sino que en virtud de sus capacidades lo trasciende. La razón se mueve en abstracciones, en teorías, conceptos y deducciones que no abarcan la totalidad del campo de lo real, como sí logra el intelecto, que participa en la luz del ser. Sin embargo, esta asertividad frente a lo divino, y la capacidad de que su luz penetre en tu interior no se logra sin esfuerzo, sino que requiere de un aprendizaje interior, de una purificación, apertura y silencio interior. Aquel que se acerca al conocimiento metafísico experimenta una ascesis, se adentra en una vía espiritual, en una via sapientiae, que no tiene nada que ver con la erudición o el conocimiento meramente especulativo.
Este tipo de conocimiento nos conecta con la tradición cristiana que distingue entre la ratio (razón discursiva) y el intellectus (la inteligencia espiritual). En este ámbito, Bruno Bérard toma como referencia a San Buenaventura, Santo Tomás de Aquino, el Maestro Eckhart o Dionisio Areopagita, cuyas ideas son recurrentes a lo largo de toda la obra. En todos ellos la luz de lo divino nos aparece planteada en su conocimiento como una connaturalidad con lo real, desde la iluminación interior y la participación activa, y en ningún caso como el fruto de una abstracción intelectual ni de una especulación teórica.
Sin embargo, este acercamiento a lo divino a través del conocimiento metafísico no implica en ningún caso que el hombre, con su intelecto subjetivo y particular, pueda confundirse o igualarse al intelecto divino. Es decir, puede participar en Él, pero en ningún caso lo agota. De ahí que el autor no pueda prescindir de la Revelación, porque la metafísica no se nos plantea en ningún caso como un conocimiento suficiente en sí mismo.
A partir de aquí es obvio deducir que la metafísica no es una construcción racional que pueda sustituir a la religión ni convertirse en una alternativa capaz de sustituir a la fe revelada. Más bien viene a ser un complemento de la religión, en la medida que reconoce que el Principio no es un concepto sino una realidad viviente, trascendente y personal. El Misterio es uno de los límites de la metafísica, y en este sentido Bruno Bérard es crítico frente a ciertos «excesos» del perennialismo, que a su juicio ha tratado de convertir la metafísica en un sistema conceptual autosuficiente.
Con lo cual, cuando hablamos de metafísica no lo hacemos en relación a ninguna forma de dialéctica especulativa. La metafísica requiere de una búsqueda activa de la Verdad, y al mismo tiempo de contemplación y apertura hacia la Gracia. En ningún caso, la metafísica pretende, como ya hemos señalado, reproducir o igualarse a lo absoluto, sino que traza una vía, un camino a partir del cual el Ser puede experimentar una transformación interior. Por eso la metafísica es más bien una guía, «un camino de gnosis», un camino de aprendizaje y perfeccionamiento a través del abandono del ego y la subjetividad, de la superación del dualismo y la apertura de los grandes Misterios de la existencia. Se trata de un conocimiento que no puede ser conocido ni transmitido a través de la mera literalidad, sino que tiene que recurrir a cierto «instrumental», como son los símbolos o las analogías. Y en este sentido vemos, una vez más, como el lenguaje discursivo y conceptual se muestra insuficiente y constantemente superado. Recuerda mucho a aquella sentencia de uno de los grandes representantes de la mística hispánica, San Juan de la Cruz: «Para venir a lo que no sabes, has de ir por donde no sabes».
En esta misma línea, que marca una antítesis irreconciliable con cualquier forma de conocimiento moderno y discursivo, el enfoque metafísico de Bérard huye de toda forma rígida y encorsetada por el lenguaje formal. De hecho, la metafísica no puede encerrarse en fórmulas lógicas ni en conceptualizaciones abstractas. La metafísica, la que atiende a la verdadera naturaleza y función original de la misma, no puede constituirse como un sistema. Y nadie debe confundir esta perspectiva como una forma de relativismo epistemológico o como una forma de renunciar a la claridad de las ideas. Se trataría más bien de una forma de priorizar al Ser por encima de la elaboración de conceptos. Es una tradición de pensamiento que el propio Bérard nos expone en una línea que va desde Platón hasta Pascal, incluyendo a los grandes místicos medievales, en la que la humildad y la apertura se plantean como los principios que guían este itinerario. Con lo cual la metafísica que se nos plantea en la obra es ajena a todo dogmatismo, a todo racionalismo constructivista o escolasticismo rígido, que trasciende porque conoce bien su sentido y la función de su conocimiento. Lo fundamental es la metafísica como experiencia viva, vinculada a la vida interior y espiritual, abierta al infinito y lejos de cualquier apriorismo discursivo.
Son las llamadas «trampas de la metafísica», que Bruno Bérard nos desglosa a lo largo de la obra, para ofrecernos una serie de elementos definitorios claros, precisos y liberados de los prejuicios de la ciencia y el pensamiento moderno. Por ese motivo, hay una insistencia en este enfoque existencial y sapiencial, con el fin de marcar distancias con las formas de intelectualismo frío y superficial de algunos espiritualismos contemporáneos. Y es que la metafísica no debe caer presa ni de la ideología ni del orgullo y la soberbia. No se trata de imponer una cosmovisión, sino de preparar al alma, de aunar en la experiencia interior, para prepararla para una experiencia más elevada.
Resulta especialmente llamativo el capítulo dedicado a la «biografía metafísica» del autor, donde se abordan aspectos personales de la vida de Bruno Bérard, que sirven para establecer un vínculo directo entre la experiencia existencial y la metafísica. A raíz de los hechos fundacionales de la propia existencia de Bruno Bérard, con experiencias radicadas especialmente en la infancia, la metafísica se muestra como esa experiencia de lo concreto, arraigado en «momentos fundacionales», de descubrimiento, que suponen el despertar de vocaciones metafísicas, las cuales nos demuestran que el pensamiento rebasa las palabras. Forma parte de esa relación que supone la apertura hacia lo invisible, de las distancias entre el decir y el pensar, y es en la dicotomía entre ambas, en la paradoja que se genera, por donde penetra la luz del intelecto, de la metafísica. Es una prueba más de aquella idea de que la metafísica no nace del sistema, sino desde el silencio y la vida interior. Esto demuestra que todo ser humano si se abre y muestra las aptitudes necesarias, está perfectamente capacitado para recorrer el camino trazado por la metafísica. Y eso se debe, una vez más, a que el descubrimiento de la metafísica no comienza en los libros, porque es una experiencia de descubrimiento, es parte del impulso elemental del preguntarse por el «por qué» de las cosas, en las intuiciones que nos dicen que hay un sentido que va más allá del devenir y de la dimensión puramente material. Y es de esta forma como Bruno Bérard desmonta la idea de que la metafísica es una especie de torre de marfil del intelectualismo elitista. Muy al contrario, es una necesidad que se manifiesta de manera natural en el espíritu humano, que brota del corazón y de la necesidad de obtener el conocimiento de verdades más elevadas.
Uno de los grandes ejes de la presente obra es la dicotomía existente entre dos formas de conocimiento claramente diferenciadas: por un lado el conocimiento por abstracción y, por otro lado, el conocimiento por participación. Es algo que nuestro autor recoge de Platón y que se ve actualizada por las aportaciones de los autores de la tradición cristiana, como es el caso de Jean Borella. El conocimiento por participación, que es el que nos liga directamente al conocimiento metafísico, es el que no se basa en la distancia crítica ni en la generalización, y en lugar de ello nos habla de la presencia y la unidad entre el conocedor y lo conocido. Hablamos de un saber intuitivo que se recibe y que es integrador, que implica una unión ontológica con lo que se conoce. Por ese motivo la metafísica, si bien también puede incluir, aunque sea en una parte, formas de abstracción, está claro que también requiere de participación.
Bruno Bérard recurre a la analogía del espejo para expresar la profundidad de esta facultad suprarracional, capaz de reflejar la luz del Ser frente a toda opacidad egocéntrica, y que hunde sus raíces en la mística cristiana, especialmente en Dionisio de Areopagita y el Maestro Eckhart, y en el pensamiento neoplatónico. Por eso es fundamental que se de una «ascesis intelectual» para acceder al conocimiento metafísica, además de la importancia ya señalada del silencio interior, de la humildad y de la receptividad. Tanto racionalismo como sentimentalismo espiritualista se encuentran ausentes en estas consideraciones, pues lo importante es la inteligencia espiritual, la que garantiza una apertura real al Misterio.
En cuanto a la relación entre metafísica y religión no se puede reducir a la primera a una mera disciplina filosófica abstracta, ya que hay una relación íntima e inseparable respecto a las religiones tradicionales. No obstante, es necesario hacer matices en esta afirmación, en coherencia con la diversidad de caminos religiosos, evitando caer siempre en un sincretismo o ecumenismo superficial o en un relativismo pluralista que amenace con vaciar de contenido simbólico las diferentes tradiciones. Ya hemos mencionado que la metafísica no puede ser ajena a la Revelación y que la verdadera metafísica siempre mantiene un vínculo permanente con lo sagrado, lo trascendente e incondicionado. Pero esto no significa que todas las religiones sean equivalentes o que la metafísica asuma la función de tomar un fondo común a todas ellas, ignorando la complejidad de sus estructuras internas. De hecho, cada tradición religiosa expresa verdades universales bajo formas propias, y en esta fidelidad hacia lo simbólico se encuentra el conocimiento de lo absoluto. De modo que esta postura lo aleja de ciertas posturas perennialistas que se inscriben en una línea más escolástica, como las que sostiene Guénon o Schuon, por ejemplo. La metafísica no puede ser una especie de elemento superpuesto a las religiones consideradas como meros contenedores intercambiables. No se puede hablar de un orden «suprarreligioso» indiferenciado, más bien de una unidad trascendente del sentido que se manifiesta en lo concreto de cada tradición.
El símbolo aparece como la piedra angular de la metafísica, y es la pieza clave en el pensamiento que nos expone Bérard. El símbolo como el lenguaje posible para hablar de Dios, y como el acceso a lo real y trascendente, pero a diferencia de Guénon, Bérard no cree que se pueda organizar los símbolos en una metafísica universal reducida a fórmulas cerradas que suponen un obstáculo para su profundo significado transformador.
Para finalizar con este texto de presentación, es necesario analizar, aunque sea muy sintéticamente, la confrontación de la metafísica con el pensamiento moderno. En este análisis Bruno Bérard no se limita a enumerar las consecuencias de la crisis del mundo moderno, los fenómenos ya conocidos, y que han sido descritos y enumerados por otros autores, como puede ser el relativismo, el nihilismo, el vacío espiritual etc, sino que muestra como esta crisis está directamente relacionada con el declinar de la metafísica. En la modernidad, las grandes preguntas sobre el ser han terminado siendo condenadas al olvido, y la propia historia de la filosofía moderna ha sido testigo de ello desde Descartes, Kant, el positivismo decimonónico o el existencialismo ateo de Sartre, de tal modo que ha encerrado al hombre en la inmanencia, reduciendo la noción de verdad a una función lógica, así como la razón y la realidad a un mero cálculo mensurable. Las consecuencias de ello las vemos en el nihilismo, en la condena del hombre a vivir en la horizontalidad, en un mundo sin sentido último. La proliferación de las ideologías modernas han tratado de reemplazar a la metafísica con discursos y postulados totalizantes, de carácter teleológico, y no solamente desde la política, sino también desde la propia ciencia. La caída en un escepticismo paralizante y la ausencia de una verdad posible, ha generado lo que Bérard concibe como un «nihilismo postmetafísico», en el que ya no se interroga al ser, que ha sido sustituido por imágenes, funciones y relaciones de poder. La existencia humana se hunde en las funciones meramente biológicas y cotidianas, sin acceso a los fundamentos verdaderos de la existencia y a esa vocación vertical hacia lo trascendente.
Por este motivo se plantea como una urgencia insoslayable el retorno al pensamiento metafísico, y no desde la pura nostalgia por el pasado, más bien como una forma de liberación, como una vía de salida a los caminos que la modernidad ha cercenado, como una forma de volver a conectarse a la dimensión ontológica profunda. Por eso la crisis de la modernidad no se puede considerar solo en un plano cultural o ético, sino que es ontológica. El eje del ser se ha perdido, y para recuperarlo es necesario acceder de nuevo a los fundamentos de la existencia, volver a la dimensión vertical del pensamiento, al anhelo por conectar con la realidad de la existencia en su raíz primigenia.