Sexualidad en el mundo moderno
En artículos precedentes hemos tratado el tema sexual desde una perspectiva tradicional, prefigurando algunos aspectos que nos disponemos a ampliar, y en el último artículo hablamos sobre la denominada «revolución sexual», impulsada por Herbert Marcuse y otros ideólogos como Michel Focault. La sexualidad y el interés por la misma, así como la forma de vivirla, ha adquirido una nueva dimensión dentro del ámbito más íntimo y personal. Como parte de ese individualismo hedonista, que únicamente busca complacer placeres puramente personales, y por tanto puramente egoístas, la sexualidad se ha convertido en un placer que, merced a este hedonismo, ha relegado al individuo a un aislamiento todavía más acusado, a una anomia, como diría Durkheim, cada vez más asfixiante y autodestructiva. Nos estamos refiriendo a un acto tan cotidiano, y muchas veces tan poco confesado, como es la masturbación. La masturbación es un acto que cualquier persona realiza con cierta regularidad en su intimidad, tanto hombres como mujeres, y que pueden llegar a condicionar el desarrollo normal de su existencia. Para muchos puede parecer un acto inocente, personal, e incluso natural que no incumbe a nadie más que a quien lo pone en práctica. Sin embargo, y a la luz de los grandes cambios experimentados en las últimas décadas, sostenemos que eso no es así, y que es un problema que podemos integrar en un espectro ideológico más amplio y que lejos de suponer una forma de «liberación» merced a los instintos supondría más bien la esclavitud del cuerpo y de la mente frente a los bajos instintos y todo lo que domina el subconsciente.
La sociedad moderna, y más concretamente la posmoderna, se ha convertido en una especie de gran acto masturbatorio, en la cual hombres y mujeres deben mostrarse atractivos y sensuales, como trozos de carne, como auténticos penes y vaginas andantes, siempre dispuestos a suscitar el despertar de esos bajos instintos. Lo vemos permanentemente a través de los mass media, mediante su publicidad, su programación televisiva, en la cual los estímulos sexuales son omnipresentes y actúan bajo una dirección inteligente y planificada para excitar los sentidos, para provocar un orgasmo permanente, que como decía Evola, es lo que define precisamente la concepción de la sexualidad en nuestro mundo moderno como una suerte de obsesión. Son estímulos que afectan especialmente a la parte psíquica y que no se concretan en su vertiente fisiológica, con lo cual aquellos que son receptores de estos estímulos se encuentran sobreexcitados y no compensados, es lo que forma parte de esa concepción enfermiza de la sexualidad en la modernidad. Bajo estas premisas, precisamente, han prosperado tendencias y expresiones típicamente modernas como la denominada «revolución sexual» a la que hacíamos alusión en el escrito precedente.
Por otro lado la existencia de la industria de la pornografía, con la producción masiva de películas y la implicación de miles de personas en todo el mundo, con un vasto entramado de compraventa de este tipo de contenidos y, especialmente, con la difusión gratuita y accesible de los mismos, nos indica la existencia de una ingeniería social perfectamente diseñada. No en vano es la principal fuente de «imaginación» que sirve de inspiración al acto masturbatorio. En este sentido la pornografía es un rentable negocio capitalista que demuestra que la cosificación de las personas y la degradación de la condición y la dignidad humana son una parte inherente del mundo moderno. Y es que la concepción antropológica del hombre de cada modelo de sociedad y civilización determina su cualidad, las posibilidades de realización de aquellos que la integran y las posibilidades de dignificar o, como en este caso, degradar la existencia humana al nivel más bajo, a aquel de los instintos copulatorios desenfrenados.
Sexualidad y trascendencia
Algún lector que acceda por primera vez a nuestro blog pensará, quizás, que estamos denunciando la sexualidad como tal, o que tal vez estamos proponiendo alguna forma de celibato o castidad, y nada más lejos de la realidad, sino que más bien estamos denunciando como pueden ser lastradas las posibilidades iniciáticas y de crecimiento interior respecto a la sexualidad en el mundo moderno. La sexualidad como tal, y de ello nos hablan las propias tradiciones esotéricas extremo-orientales, entraña un gran poder en la realización de estados humanos superiores, dentro del juego del equilibrio de energías, y en un ámbito propiamente iniciático. Obviamente estas posibilidades están lejos del alcance de la conciencia del hombre moderno, que concibe la sexualidad como un mero acto animal, como una simple «descarga», que puede ser en compañía o en plena soledad, y que viene a aliviar una pulsión que, pretendidamente, uno mismo no es capaz de controlar.
De modo que, como nosotros valoramos ese poder esotérico y trascendente de la sexualidad, no podemos asociarlo a simples pulsiones animales, no podemos considerar que el sexo en clave positivista y materialista, ni asumir los posicionamientos biologistas del darwinismo decimonónico y su plano horizontal, con una sexualidad vista únicamente en clave biológica, para reproducirse y multiplicar la especie. Y es que el hecho de concebir al hombre como una especie natural más, comparable a cualquier otra, con un idéntico ciclo biológico y evolutivo, convierte el acto sexual en una mera prolongación de los instintos, en una forma impersonal y subconsciente, arraigada en la «especie», que nos impele a consumar el acto sexual para cumplir con esa función y perpetuar así nuestra existencia en el futuro mediante la descendencia.
La sexualidad comprende una serie de componentes y categorías muy complejas, más allá de los meros instintos o el puro afán reproductivo. Como hemos señalado anteriormente, el carácter psíquico que caracteriza a la pulsión sexual en la modernidad contradice una realidad en función de la cual la sexualidad forma parte del área consciente del hombre, ya que en caso contrario implicaría que cuando el hombre busca a la mujer en el plano sexual, y que lo hace obedeciendo a una lógica inconsciente e infrarracional y con una finalidad biológica. Sabemos que eso no es cierto, y que incluso los elementos humanos menos dotados son los que, por regla general, más tienden a reproducir esta tendencia. Sin embargo, aquellos tipos humanos que podríamos calificar de «despiertos» o que han conseguido dominar la esfera sexual haciéndola consciente experimentan el placer, el cual no solamente son capaces de vivirlo en un plano puramente fisiológico y orgánico, sino más allá de éste, en una dimensión metabiológica que destierra la idea, sostenida por el psicoanálisis, de la existencia de una necesidad de colmar el placer, asociada al principio de la líbido, y que tendría unas connotaciones peyorativas, en la medida que si no se logra satisfacer esa necesidad de placer se genera una tensión y un desequilibrio psíquico. Todo ello responde a concepciones, teorías e ideas degeneradas y propiamente modernas de la sexualidad.
Para comprender la naturaleza misma de la sexualidad hay que remitirse a la Tradición extremo-oriental y la propia polaridad de los sexos y las energías asociadas a las naturalezas de lo masculino y lo femenino. En este sentido podríamos enumerar una gran cantidad de teorías y exposiciones cuyo desarrollo sobrepasaría por mucho el propósito de este escrito. Sin embargo, hay un punto de partida esencial que nos lleva al mito del andrógino, que Platón nos relata en su famosa obra El Banquete, y que Evola pone en relación a esa idea de un proceso de sexualización y diferenciación de lo masculino y femenino que conoce diferentes gradaciones, caracteres o disposiciones psicológicas, afectivas y de otra naturaleza. Es lo que nos conduce a la idea de fuerza formadora y diferenciadora, lejos del principio de lo indiferenciado, que caracteriza a lo caótico y a lo «sin forma».
No obstante, el mito del andrógino, que habla de unos tipos humanos híbridos e indiferenciados, que contenían ambos principios, el masculino y el femenino, en el seno de su ser, hubo un momento en el que fueron separados, cuando Zeus alertado por el ingenio y la complejidad de estos andróginos, vieron la posibilidad de que el poder de los dioses fuesen desafiados. En este mito estaría el origen del deseo sexual como tal, dentro de la dimensión trascendente, con el fin de restaurar la unidad primordial y el sentido absoluto, tanto del hombre como de la mujer. Este principio delataría la existencia de un impulso que va más allá del sexo concebido como pulsión o deseo fisiológico de procreación. El sexo trasciende la propia naturaleza de los cuerpos, el aspecto biológico asociado a éstos, y se convierte en expresión del alma o el espíritu.
La Tradición tántrica y «la Vía de la Mano Izquierda»
Es en la espiritualidad extremo-oriental donde podemos hallar una doctrina como tal que nos impulsa en la dirección enunciada. Nos estamos refiriendo al Tantrismo, popularizado en nuestras latitudes bajo interpretaciones groseras en muchas ocasiones y reducido a la pura superchería, como muchas doctrinas iniciáticas y con gran poder de transformación procedentes de Oriente. En este caso el Tantra se nutre de los Vedas y de otros textos sagrados ulteriores pertenecientes a la Tradición hindú, como los Brahmana, los Upanishads o los Purana, e incluso podríamos decir que viene a ser una síntesis de todas las doctrinas esotérico-iniciáticas enunciadas en éstos. A menudo se le ha considerado como el Quinto Veda y, al mismo tiempo, se ha exaltado la potencia de su contenido práctico, que como en el caso del Budismo, conllevaría una vía ascética, de realización espiritual mediante la vía práctica y no contemplativa. En este caso encontramos también esa voluntad de unir el principio masculino y femenino con el fin de descondicionar el Ser. Su perfecta adaptación a las condiciones del mundo presente, del Kali-Yuga, se reflejan en ese carácter práctico y en la dependencia del cuerpo que experimenta el hombre moderno, y de ahí que sus prácticas busquen despertar el conocimiento del cuerpo y aquellas energías que éste contiene y que nuestra concepción primitiva y materialista nos impide conocer. El otro aspecto tiene que ver con las fuerzas de lo demoníaco e inconsciente, en las que se sostiene un mundo donde la jerarquía y la función orgánica y comunitaria han perdido su protagonismo, con el consecuente desencadenamiento de las fuerzas oscuras, asociadas a la diosa Kali y su carácter destructivo. Y en este sentido el tantra nos habla de enfrentar el mal, de revertirlo para transformarlo en algo benéfico. La práctica asociada a esa transformación la tenemos en la conocida como la Vía de la Mano Izquierda, y de la que hablaremos más adelante. Por otro lado, hay un elemento esencial dentro de esta doctrina que es la idea de «liberación» y la consecuente meta del descondicionamiento del Ser que le es característica a la idea del placer y el goce en el mundo, lo cual supone un cambio fundamental en la consideración de éste como Maya o ilusión pasajera, en la medida que es posible concebirlo como potencia. Hay una extraña dicotomía entre el principio de trascendencia vinculado a la idea de liberación, con todas sus connotaciones espirituales y metafísicas, y el principio de placer y disfrute del mundo, que al fin y al cabo tiene un sentido profano y mundano. Hay un principio masculino, inmutable, frente a otro femenino, que viene representado por la diosa Sakti. Ya no estamos hablando de principios trascendentes y absolutos, sino que se trata de un cambio hacia los aspectos inmanentes del mundo, lo cual nos remite, como bien apunta Evola, a estadios pre-indoeuropeos en la antigua India aria o al sustrato preindoeuropeo mediterráneo, donde predominaban los cultos ctónicos y femeninos. Las prácticas tántricas tienen una base fundamentalmente sexual y orgiástica, y que conlleva unos peligros en su puesta en práctica.
A partir de aquí tenemos lo que se conoce como la Vía de la Mano Izquierda, representada por aquellas divinidades de naturaleza oscura y destructiva, Kali y Durga fundamentalmente, frente al Siva, que representa a las diosas luminosas y benéficas, que vienen dadas por el visnuismo y la «vía de la mano derecha». Las prolongaciones de la doctrina y sus vínculos con el yoga y otras prácticas son de sobra conocidas, y tienen como fin despertar el Sakti primordial, que permanece aletargado en el propio organismo humano, y lograr la «liberación», así como el desarrollo de una ciencia sobre la «corporeidad oculta», la fisiología y otros ámbitos del cuerpo humano para descubrir correspondencias y analogías entre el microcosmos y el macrocosmos. La particularidad que tienen estas prácticas en el uso de la mujer, el sexo y la magia conllevan aspectos muy peculiares, ya que pese a pertenecer a un sustrato preindoeuropeo, oscuro y que responde a la polaridad negativa de la existencia, vemos como la doctrina es transformada, completada e integrada en un sentido iniciático con efectos y consecuencias reales. La concreción de todo ese proceso culmina en la conquista de la libertad, en la liberación de lo incondicionado que coloca al hombre más allá de todo límite marcado por la inmanencia de la existencia, y de toda ley que impere en el plano biológico, material y humano. Supone la reintegración de las diosas que representan la Vía de la Mano Izquierda y a la Vía de la Mano Derecha, Sakti y Siva respectivamente, y la reunión y reintegración de ambos principios en el Ser, y con éste el cuerpo es colocado por encima de todo, en el origen, en la matriz cósmica donde se sitúa el origen de todas las cosas.
El sentido general está claro, y es que los tiempos actuales, oscuros y descendentes, no pueden procurarnos un tipo de realización espiritual en un sentido «ortodoxo» del término, desde unos posicionamientos eminentemente espirituales, y de ahí que ésta deba partir de cierto inmanentismo, y en este caso de aquel que representa el propio cuerpo. La expresión de esta espiritualidad de lo inmanente podemos percibirla a través de la propia acción sexual, de la experiencia orgiástica. Estas formas de realización iniciático-extáticas tienen un carácter mágico y encuentran su expresión a partir de los cinco pancatattva, que establecen una correlación entre la utilización de las mujeres, el uso de bebidas embriagadoras, o el uso de ciertos alimentos como la carne, el pescado o los cereales respecto al éter, el aire, el fuego, el agua y la tierra. En su función exterior este ritual nos remite a la sacralización de la función sexual y nutritiva. Todo se dispone de tal manera que la experiencia en ese terreno es vivida a través del rito y la ceremonia con un importante trasfondo cósmico. No es nada extraño a nuestra civilización, moldeada por los ejemplos de la Roma y la Grecia clásicas, donde en el primer caso ya veíamos ritos orgiásticos de estas características, con el uso de la mujer y las viandas, aunque no con la marcada significación iniciática que vemos en la tradición del Extremo Oriente.
En este caso vemos como la función sexual y alimenticia es transformada mediante el rito en una fuerza positiva desde un fundamento de base negativa. Y de hecho esta es la función de la Vía de la Mano Izquierda, que en teoría contraviene los principios básicos de cualquier acción espiritual dentro del ámbito ascético e iniciático. En este caso la función de la mujer en el contexto del rito es muy precisa, ya que ella representa una suerte de fuerza elemental, como una especie de combustible de ignición en todo el proceso iniciático que acompaña al rito, y para ello ésta debe ser una mujer joven, que a menudo debe estar completamente desnuda y encarnar los principios de esa fuerza elemental desatada a través de la diosa Sakti, lo cual, desde una perspectiva espiritual superior, debe interpretarse como que la mujer abandona su estado femenino y humano particular. En cualquier caso hay innumerables variantes y partes del rito en las que se permite la participación de ciertos individuos frente a otros. No obstante, a la posesión sexual de la mujer precede un ritual de consagración y la instrucción en el arte de los mudra, de las posiciones mágico-rituales. De este modo, cada uno de los pasos del acto sexual está sometido a distintas categorías dentro del rito, con unas definiciones y funciones claramente delimitadas, todas ellas encaminadas a una reintegración de las categorías absolutas de lo femenino y lo masculino, de lo físico en lo suprafísico y en lo metafísico.
Asimismo la función iniciadora de la mujer dentro del rito tántrico, y del uso de determinadas posturas yóguicas en el desarrollo del mismo, nos remiten a un trasfondo matriarcal en el que el hombre no participa de lo sagrado sino en la medida que lo hace a través y en unión con la mujer. En resumen podríamos hablar de la primacía del principio femenino en el propio desencadenamiento de éste como fuerza elemental, impulsada por las cualidades inherentes a la naturaleza de la diosa Sakti, que mediante determinadas posiciones sexuales mágico-iniciáticas encuentra su apaciguamiento y equilibrio en el elemento masculino, hasta conseguir una armonía e integración en el Uno Cósmico.
Obviamente, cuando hablamos de unas formas tradicionales regulares y ortodoxas dentro del hinduismo, entre aquellos que siguen una vía ascético-contemplativa, la denominada Vía de la Mano Izquierda representa un camino «errado» y peligroso que tiene un marcado carácter contrainiciático, dado que la mujer es representada como un principio negativo, capaz de succionar el principio vital masculino y absolverlo.
Hemos tratado de aproximarnos someramente a un fenómeno que entraña muchas variantes, evitando toda terminología y significados en sus prolongaciones que pudieran entorpecer el sentido y comprensión general de esta vía iniciática tan popularizada y, en consecuencia, vulgarizada en un Occidente que en la actualidad no ha conocido estas formas de aproximación al fenómeno espiritual, iniciático y esotérico desde esta perspectiva tan particular, la propiamente sexual, por las razones que hemos aducido en la primera parte del texto.
Sexualidad y libertad
A la luz de todo lo expuesto hasta este momento es evidente que existe una dualidad muy evidente entre la sexualidad como mera actividad recreativa, incluso como una forma de evasión de la realidad, o en un sentido de reproducción frente al uso y consideración que se tiene de ésta desde la perspectiva de las sociedades tradicionales, donde pese a no tratarse de una vía ortodoxa y deseable de realización espiritual, lo cierto es que se despiertan aquellos aspectos positivos que lo orgánico e inmanente pueden poseer.
En el mundo moderno la sexualidad es la expresión de formas degradadas e irracionales que tienden a la humillación de la condición humana en lugar de dignificarla. Todos sabemos que, en la actualidad, la cualidad del hombre viril y triunfador y su reverso femenino viene dado por su capacidad para la conquista y la cópula entre individuos del sexo opuesto, y es esto lo que viene a marcar ciertas categorizaciones de uso común en nuestros tiempos. Todos conocemos aquellas expresiones de varones o mujeres «alfa», «beta» u «omega», que supone incluso desechar a ciertos tipos humanos en función de su habilidad para consumar relaciones sexuales.
En este sentido el sexo, como otros elementos que concurren en la existencia, en muchas ocasiones nos convierte en esclavos, en este caso del deseo sin que este sea transmutado en una sustancia positiva como en el tantra y otras tradiciones iniciáticas similares, y el impulso sexual acaba por tomar el control de la propia vida de tal manera que la esfera subconsciente domina a aquella consciente. El principio de una personalidad activa, que se afirma sobre toda limitación físico-biológica y hace valer su conciencia volitiva sobre aquellos elementos inferiores, no puede o no debe ser presa de los instintos, y mucho menos desde una perspectiva totalmente infrahumana e infrarracional de la misma.
Y es que este tipo de consideraciones las vemos incluso en las llamadas «ideologías de género», que son una expresión bizarra y extrema de lo que acabamos de relatar: hombres y mujeres que se definen en función de aspectos, mayormente de origen psicológico, asociados a una determinada orientación, práctica sexual o estado mental, que conforma su identidad como individuos pensantes en el mundo. Es normal que ante la acción corrosiva de ciertos elementos característicos del Kali-Yuga seamos testigos de este tipo de aberraciones, que han convertido a la sexualidad en sus aspectos más negativos e infrahumanos en la punta de lanza de la afirmación de una nueva «concepción antropológica» del hombre, absolutamente lastrada y tan pobremente pertrechada.